(Fotografía de Jordi Delás)
La vida de Alejandro Duque Amusco (1949) transcurre entre Sevilla, su ciudad de origen, y Barcelona, en la que reside desde 1970, y por cuya Universidad Central se doctoró en 1985 con una tesis sobre El primer Vicente Aleixandre.
Su obra poética está formada, entre otros títulos, por Sueño en el fuego (1989; versión ampliada y definitiva 2009), Donde rompe la noche, premio Loewe de 1994 (versión ampliada y definitiva 2015), y A la ilusión final (2008). Actualmente ultima un nuevo libro de poemas, Jardín seco, del que aquí se adelanta una muestra.
GÉNESIS
EN EL principio Dios creó el infierno.
Y dijo luego
hágase la luz y apuntaron los primeros
rayos del sufrimiento.
Separó en días sucesivos los cielos
de la tierra, la tierra del océano,
los cimientos
que amorosamente prietos
estaban en uno, y multiplicó la vida en los reinos
del aire y sobre la tierra y bajo el crespo
manto del océano
en torturantes e infinitos cuerpos.
Y viendo Dios aquel perfecto infierno
sonrió y dijo: “Hagamos ahora un ser noble y bueno
capaz de expresar el horror de este averno”.
Y tomando en sus manos de supremo
Arquitecto
la arcilla más pura, hizo al hombre y sus sueños.
Desde el odio de Dios crecía el universo.
(De Sueño en el fuego, 1989)
EPISODIO DE LOBOS
AHORA que no es posible olvidar la niñez y su estela de
signos invisibles y arcanos,
el recuerdo me lleva a una noche de agosto, cuando niño, en
el campo.
Los lobos, hambrientos, bajaron de la sierra ‒obstinado,
afilado el instinto,
y el rojizo relámpago en los ojos,
vadearon el arroyo pedregoso, siguieron las cañadas
de adelfas, los bancales dormidos,
hasta el cercado de las caballerizas.
Bajo el oro fluido de la noche
los perros ladraban alertados, inquietos,
todo silencio era una amenaza.
Apenas la manada voraz saltó la cerca
los caballos huyeron espantados, coceando
el aire negro,
atrás quedó una yegua, recién parida,
con su tierna potranca. La fácil presa pronto fue rodeada,
un lobo a cada flanco, teas
en la tiniebla devorante.
La noble bestia
defendía a su cría y estrechos círculos trazaba,
como único escudo, entre la joven vida y las fauces
mortales,
se revolvía, descargaba sus cascos contra las sombras,
braceaba, golpeaba las sombras.
Y los lobos lanzaban sus mordiscos rabiosos.
No cedía el asalto. La jadeante jauría de lo oscuro.
Ya alcanzada en las ancas, la yegua aún resistía
igual que poseída por la alta demencia de los astros.
Cuando cayó exánime a la tierra
la noche entera pareció derrumbarse con un largo gemido.
La potrilla indefensa. No se movió, temblaba.
Una certera dentellada, y rodó, como una piedra blanda,
sin casi resistencia.
(Clareaba en los cerros.)
Ahora que no es posible olvidar la niñez ni su hermosa
derrota,
este episodio vuelve golpeante al recuerdo
y en la colmena de los años bulle, enigma que desborda,
mortal como la luz. Como el agua, inocente.
Desde las sierras de la infancia van bajando los lobos.
(De Sueño en el fuego, 1989)
EN EL ÚLTIMO DÍA
¿CUÁNTAS veces morimos? ¿Cuántas veces,
desde que caímos
del precipicio de la eternidad,
hemos muerto? Muerte tierna y florida
fue nacer, ser engendrados
por el tiempo. Como una exhalación
entramos a otra muerte, dulce y punzante,
con el primer amor, nunca olvidado.
Y el valle de la juventud pronto marchito
por borbotones de deseos y sombras,
y el exterminio tibio de los días:
un río que se cumple al no cumplirse
por todas las edades, arrasando y menguando,
añadiendo más muertes a la muerte.
No, no es verdad: en el último día
no morimos. La muerte encuentra solo
los brazos del vacío, la sombra de una ausencia.
(De Donde rompe la noche, 1994)
MEDIDA JUSTA
EL INSTINTO
insumiso del deseo,
el ingrávido ser
de la felicidad,
todo cuanto da
la medida justa
de lo eterno
en la tierra:
¿se perdió?
¿lo perdí?
Monedas enterradas de la luz.
Una fortuna
invisible
he dilapidado.
Yo sé que nada
me será devuelto.
(De A la ilusión final, 2008)
LA NORIA
GUARDA todo volver varios regresos.
El regreso a la tierra que me vio de niño
pone en pie días lejanos, rostros de antiguas épocas que se fueron,
sin despedida, por el silencioso talud.
Vuelven las hogueras del verano, el olor de la adelfa. También las
blancas sedas del jazmín.
¿Desde cuándo no oía la voz tan nítida del corazón hablándome?
El agua de la fuente fluye, y no vuelve.
Las llamas de la lumbre arden, y el viento las apaga.
Pero nada se pierde. Contados fueron nuestros pasos, nuestros
latidos,
y hasta el más mínimo gesto fue necesario para colmar la medida.
Fui, amé, volví. Donde quiera que estuve me sentí en el exilio,
hoy duele reconocer que la vida no se salva con la vida y que cada
recuerdo tiene un precio excesivo.
En el umbral espero. Si era esto volver, toda mi vida he avanzado
por un sendero inmóvil
que me ha llevado, de golpe, hasta el lugar del que nunca me fui.
Guarda todo volver varios regresos.
(Del libro inédito Jardín seco)