Recientemente, hemos publicado en esta misma sección, Firmas invitadas, con el título Palabras de Ana Gorría e imágenes de Raquel Jimeno Revilla, la primera entrega de una colaboración entre palabra e imágenes, de Ana y Raquel. Ofrecemos a continuación la segunda entrega:
La luz de la luna me permite forzar la mirada en la oscuridad para medir el horizonte. Aquí, todo parece que no tiene fondo. Grandes líneas de árboles se extienden unos sobre otros como si fuera el mar que embiste contra el cielo. Un cielo que bien podría ser la orilla donde pisa por primera vez un naúfrago. El marco de la ventana me hace pensar que bien podría ser este un paisaje impresionista, creado en expreso para mí. Para acompañar mi soledad. O que yo he sido creada en expreso para otra soledad, alguna soledad más grande que la mía, más hambrienta. Me hace reír imaginarme parte de un museo universal, mejor, de un museo cósmico. ¿Quién eres tú que estás al otro lado?, me pregunto mientras la aspereza de las sábanas me recuerda que no es este un hotel de cinco estrellas. “Apto para espartanos” tendría que poner en el umbral.
Sigo en la cama intentando sobreponerme a esta nueva sensación que es la primera vez que experimento mientras percibo el viento de los árboles moviéndose, el riachuelo a unos metros de la cabaña, el ulular de los pájaros nocturnos. Nada que ver el cuerpo agudo de este silencio organizado en golpes secos que dirige el bosque con el fluir silencioso de la noche urbana. Me doy la vuelta en la cama para poder mirar a través de la veranda. Las estrellas se dibujan con nitidez. De súbito, el paisaje estelar de Solaris golpea mi retina. Estoy perdida en el vacío como su protagonista, luchando contra la locura, dirigiendo mi mirada al horizonte en que se pierde mi nave espacial. Sobreviviendo a mis propios fantasmas. Puedo sentirme la última mujer de la humanidad en este sitio, me digo, mientras cierro los ojos para intentar conciliar de nuevo el sueño mientras espero que hagan efecto los somníferos. No sé si he oído un ruido en la habitación de al lado. No, han sido dos. Confío en que mi mente pueda acostumbrarse a esta sensación que me rodea, que debe parecerse a la nada.