(Fotografía de Mila Redondo)
Arturo Borra (Argentina, 1972) es doctor en Comunicación por la Universidad de Valencia. Ha publicado el libro de prosa poética Anotaciones en el margen (MLRS, Valencia, 2008 y Ediciones 4 de Agosto, Logroño, 2014); las plaquettes Cielo partido (Zahorí, Alzira, 2009); La vigilia del deseo (Ediciones Loto, Rosario, 2013); Esplendor saqueado (Ejemplar Único, Alzira, 2015) y los poemarios Umbrales del naufragio (Baile del Sol, Tenerife, 2010), Figuras de la asfixia. El libro de los otros (Germanía, Alzira, 2012; Tigres de Papel, Madrid, 2014); Para trazar lo (im)posible (Amargord, Madrid, 2013) y todo tanto (Tigres de Papel, Madrid, 2016). Algunos de sus poemas han sido traducidos al inglés, portugués, gallego y rumano. Asimismo, ha publicado el libro de ensayos Poesía como exilio. En los límites de la comunicación (Prensas Universitarias de Zaragoza, 2017). También ha participado en las antologías poéticas Aldaba (2003); Cuadernos Caudales de Poesía (2007); Los centros de la calle (2008); Madrid: una ciudad, muchas voces (2010); Por donde pasa la poesía (2011); Voces del extremo (2013); En legítima defensa. Poetas en tiempos de crisis (2014); Disidentes (2015) y Trilce por Trilce (2017). Colabora con publicaciones literarias y comunicacionales en diferentes revistas hispanoamericanas, así como con diferentes artículos en el periódico Rebelión.
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Incluimos a continuación tres poemas publicados en su libro todo tanto.
*
Sorprendido de tanto nadar en la nada uno se habitúa a no ser uno; se empecina en nadar
por una nada que tampoco es suya; se hace resta, nadie que nada por la aritmética donde
uno no es uno.
Nadea por ahí, se desintegra entregado a la deriva en la que no queda más que un
testimonio impropio, escritura sin voz, afonía empecinada en inventar un sonido,
y seguir en la noche cuando nadie escucha nadando en su nada, cuando no hay más que corriente,
nadiendo sin uno.
*
Nadie quería ser portavoz de la desdicha. Hubiera preferido abrazar cosas luminosas, acariciar un jacarandá y dejarme acariciar por sus flores. Yo venía a sentarme sobre la tierra húmeda, mirar el arroyo en deshielo, siguiendo una hoja que se pierde en una pequeña cascada. No quería hablar de vírgenes lujuriosas suicidándose en verano, del hambre de un gorrión revoloteando en busca de un pedacito de pan en alguna mesa exuberante ni de los escombros de la felicidad arrojados desde la ventana o del reloj de plástico que se apagará en unos minutos, dos días después de navidad.
Tampoco hubiera querido hablar del aliento en el cristal de quien mira desde fuera, del gesto desencajado de quien insiste en reparar la distancia, del hombre que diseca mariposas mientras recuerda la belleza del vuelo, de ídolos de escayola ensayando la pantomima del sacrificio, de los doctores ventrílocuos que cierran los ojos a los muertos. Ni de paredes decoloradas ni de la ciénaga del mundo. Nadie quería venir a murmurar palabras llenas de insectos buscando el calor de una lámpara en invierno.
Yo quería hablar de aquella mirada llena de munditos locos en su plenitud de infancia, recorriendo un canal de lluvia; no de los hijos del rencor, de la memoria inagotable del golpe. ¿Y quién hubiera querido recorrer esos océanos donde naufragan los cuerpos, donde se hunde el cielo cada noche?
*
Repetir el conjuro no va a disipar este asedio que daña lo que toca. Lo que escribes no va a horadar el ritual de las extinciones. De los pozos seguirá brotando agua ennegrecida.
Abajo
seguirá ese ruido insistente del hambre, un sótano donde alguien alza sus brazos para tributar a su dios no sé qué ofrenda.
La quema diaria no se detendrá por este conjuro y aun así seguirás tirando piedras al cielo, como una guerrilla nocturna insistiendo en otra vida.
(Los tres poemas pertenecen a todo tanto, Tigres de Papel, Madrid, 2016).