«Campo Rojo», de Ángel Gracia, por Teresa Garbí

Ángel Gracia es un escritor experimentado. Como poeta, ha publicado una trilogía formada por Valhondo (2003), Libro de los ibones (2005) y Arar (2010). Como narrador cuenta con una novela, Pastoral (2007); un libro de viajes, Destino y trazo (2009),  una recopilación de artículos publicados en prensa (2007-2008).

Campo Rojo es su segunda novela. La publica la editorial Candaya, que nos tiene acostumbrados a títulos y autores de gran calidad. No hace mucho publicaban a otro escritor, Miguel Serrano Larraz, que sorprendió a la crítica y a sus lectores con su novela, Autopsia.

Ángel Gracia y Miguel Serrano Larraz coinciden en dos aspectos: 1. Ambos tratan el tema de la infancia y la adolescencia y 2. Lo analizan con objetividad, rehuyendo los tópicos socialmente aceptados, según los cuales esas etapas de la vida son una especie de paraíso y el único momento, por tanto, en que es posible la dicha y la irresponsabilidad, sin ataduras de ningún tipo.

Cuando a Lorca le preguntaron en una entrevista cómo era su vida, él contestó: “Yo no vivo. Yo sueño ahora lo que viví en la niñez”. Es decir, según él, sólo es posible vivir en la niñez, lo demás es puro sueño. Inquietante. Porque Lorca no aclara cómo fue esa vida infantil. Se queda en el umbral. Ángel Gracia entra de lleno en esa vida y la cuenta en primera persona. Por esa voz nos enteramos del acoso continuo que sufre el Gafarras o el Cuatroojos, de su infelicidad, su desconocimiento y su terror. No sobra ni falta una palabra en este relato. El horror crece implacable entre anodinos comentarios que destilan crueldad y provocan amargura e inseguridad en el protagonista y en los personajes que padecen acoso.

«La vida es así», podría decirnos cualquiera de esos adolescentes, en un barrio suburbial de las afueras de Zaragoza.

En Campo Rojo, con estilo impecable e implacable se disecciona la vida de un grupo de adolescentes sometidos al acoso de otros más mayores, cuya diversión y modus vivendi es golpear, insultar, amedrentar a sus compañeros de curso, en el colegio, o de juegos, en un solar, Campo Rojo, llamado así por su color, símbolo de lo que puede encontrarse en un suburbio: una amalgama de ruinas, tejas rotas, desechos y una rala vegetación de cardos, y algún romero y tomillo.

Se trata de una novela urbana que transcurre en un ambiente claustrofóbico, en el que la tensión crece a cada página, mientras avanza, minuto a minuto, la vida cotidiana, miserable, de un grupo de adolescentes. Una vida sin horizontes, salvo los episodios oníricos que desarrollan una pulsión de muerte -la entrada en un pozo-, o lanzan al protagonista a un vuelo liberador:

“Sobrevuelas La Balsa y Colmenero. Aunque has ascendido a mucha altura, no sientes ningún vértigo, eso te sorprende y te hace más audaz. Te lanzas en picado hacia los descampados y las autopistas. Eres un águila o un halcón, el que mejor vuele de los dos. Qué sensación arrojarse al vacío sin miedos de crío pequeño. Esto debe ser un sueño, piensas. Solo tienes que esperar un poco y volverás a estar en casa. Cierras los ojos unos segundos y vuelves a abrirlos, crees que así dejarás de soñar y de volar. Al contrario, asciendes un poco más.

Te rodea un montón de nubes grises: las atraviesas en silencio, solo oyes tu respiración. Empiezas a sentir el frío oscuro de la madrugada. Dice tu padre que justo antes del amanecer baja mucho la temperatura, por eso hay escarcha por las mañanas sobre los hierbajos y la maleza del Campo Rojo. Tu padre la llama rosada, te gusta esa palabra.”

Esta novela urbana se podría relacionar con los experimentos novelísticos de la novela objetiva realista, en la que el narrador desaparece bajo las voces de los personajes.También con el nouveau roman, en el que una mirada hipertrofiada nos mostraba las obsesiones de sus protagonistas. EsTambién podemos recordar la magnífica novela de Agota Kristof, Claus y Lucas, que disecciona el interior de todas las pulsiones humanas en esa novela, que, como Campo Rojo, deslumbra por su intensidad.

Por supuesto, Campo Rojo se relaciona con el mundo novelístico de postguerra española, Cela, Martín Santos, Delibes o con experimentos actuales como el de Miguel Serrano Larraz, que señalábamos al principio. Tal vez las dos novelas, Autopsia y Campo Rojo, que, en cierto modo, son de clave, se interrelacionan, se continúan. Las dos nacen del Bildungsroman. No hay que olvidar tampoco la influencia de la novela norteamericana del prodigioso Kennedy Toole o de Auster o Carver.

Su técnica narrativa depurada va desde la creación de un espacio claustrofóbico obsesivo a la coexistencia de distintas anécdotas y tiempos, analizados desde diferentes puntos de vista.

Campo Rojo se inserta en una larga tradición novelística. Ángel Gracia enfoca su mirada hacia un grupo humano, en un espacio asfixiante, rodeado de fábricas, que emanan olores nauseabundos; actúa como un investigador que muestra con su observación, y a golpe de bisturí, una realidad social y humana que va mucho más allá de lo que aparenta ser: una historia de adolescentes.

Campo Rojo, en efecto, lo mismo que Claus y Lucas, la novela de Kristof antes citada, desvela un mundo terrible en el que la condición humana no aparece con sus mejores atributos. El horror se apodera de la vida del grupo porque no hay valor para afrontar la verdad y para aislar y vencer el matonismo del grupo de adolescentes acosadores que una y otra vez se definen como gorilas.

El narrador no opina, no interviene: muestra la maldad intrínseca del ser humano. Es el lector quien debe reaccionar ante la brutalidad de las situaciones de terror: maltrato a personas, a animales, dominio absoluto del más fuerte, sexualidad machista y reducida a una genitalidad primitiva. La novela es su espejo y le dice: “Esto es lo que hay: míralo”.

No hay tampoco, en esta novela, buenos y malos: todos participan en mayor o menor medida, de la crueldad. El propio protagonista lo demuestra con el maltrato que inflige a su único amigo, un perrillo abandonado:

“Es tu pasatiempo favorito este verano. Eres feliz de tener un amigo como él. Por más fuerte que le pegas, nunca se defiende. Solo llora. Cuando le pegas con saña sale corriendo, pero siempre regresa. Es fiel. Un día lo apaleas durante mucho rato. Se queda en el suelo, ni siquiera huye. Su vieja herida sangra. Cuando regresas a casa te arrepientes un poco. Al fin y al cabo, es tu amigo”.

El descampado suburbial es sólo una visión reducida de lo que sucede en el mundo: insolidaridad, crueldad, infinitas guerras.

Contrasta este paisaje suburbial con el de la excursión al Moncayo, en donde el verdor y la luz, incitan al protagonista a desear pintarlos:

“Te impresiona este paisaje lleno de luz. De infinitos verdes, todos nuevos para ti. No sabrías cómo conseguir esos tonos combinando tus ceras Manley, apenas tienes seis y están muy desgastadas”.

Es el único paisaje verde que ha visto en su vida, dado que no ha salido del descampado y del pueblo de sus abuelos, en donde no hay árboles. Es precisamente en ese entorno paradisíaco, también agobiante por el calor, en donde llega el desenlace de esta historia, de este documento humano y social en el que todas las personas, de una forma u otra podemos identificarnos.

Campo Rojo es, por todo lo que he comentado, una novela muy recomendable por su calidad literaria, por su rigor sin concesiones y por su valor como testimonio de la condición humana.

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