«Cinco», texto de Teresa Garbí con fotografías de Emilio Ruiz

En la primavera de 1987, en un viaje a Sigüenza, inesperadamente, nació Cinco. Lo contamos a continuación:

Teresa Garbí en 1986. Fotografía de Emilio Ruiz

(Teresa Garbí en 1986. Fotografía de Emilio Ruiz)

 

Hace años, en 1987, pasamos por Sigüenza. Entramos en la catedral. No me interesaba especialmente ver al Doncel. Siempre me ocurre eso, cuando he oído una historia o he visto una imagen muchas veces. El guía recitaba su lección y la capilla se llenó de gente. Cuando de pronto vi la estatua, entendí que me encontraba frente a un ser vivo. Tal vez ante un ser que vive el proceso de morir.

Volvimos a Sigüenza a los pocos meses y logré que me dejaran trabajar encerrada en la capilla. Allí pasé varias mañanas, frente a la estatua. Escribía, a veces; tomaba apuntes, otras; observaba el entorno y, ante todo, miraba la imagen que, me pareció, encarnaba el paso del tiempo. Los ojos del Doncel miran por encima del libro y expresan la agonía de la muerte,  su lucha contra el paso del tiempo. La luz de su mirada permanece porque es también eternidad.

No dejó de sorprenderme la insistencia en el número cinco en la capilla y en la estatua: los cuatro elementos –tierra, aire, fuego, agua–, cruzados por la eternidad.

Me habían acompañado a Sigüenza mi marido y mi hijo. Guillermo, que era un niño, le decía a su padre: “Vamos a ver a mami a la jaula” y allá se venían a verme tras las rejas de la capilla del Doncel.
Luego, volví sola, en primavera, y recorrí el entorno, me fijé en los paisajes, visité los pueblos de alrededor. En octubre viajamos a EEUU y allí, lejos de toda referencia, con mi cuaderno lleno de notas y mis recuerdos –apenas había sacado fotografías–, escribí Cinco.

A nuestro regreso, hablé con Emilio Ruiz y le propuse que preparara fotografías para ilustrar lo que se convertiría en un libro. Ana Miralles, su mujer, gran amiga, nos acompañó en nuestra visita a Sigüenza. Recordamos muchas cosas de aquel viaje: el silencio, las ruinas, la niebla, el tren a lo lejos, los incontables conventos de la ciudad clerical que había sido asediada y bombardeada duramente por las tropas franquistas.

A la vuelta le pasé el manuscrito a Jenaro Talens que me propuso publicarlo en Hiperión.

Ahora, al haberlo publicado en Uno y Cero Ediciones, en abierto, para celebrar los dos años de existencia de la editorial, de la que forman parte también Ana y Emilio, hemos querido recordar cómo éramos en aquellos tiempos. Hemos vuelto nuestra mirada a 1988 y hemos comprobado que de alguna manera, al menos en este libro, Cinco, algo permanece.

Teresa Garbí

(Fotografías de Ana Miralles y de Emilio Ruiz Zavala. 1988)

Hace escasamente unos días, viendo de nuevo la película de Ingmar Bergman, Fanny y Alexander, tomé conciencia de lo que influyó esta obra en mi vida profesional. El culto al detalle, los primeros planos de los objetos que acompañan a los personajes en la historia, son poemas visuales de una belleza sobrecogedora.

En la época en que Teresa me propuso ilustrar su libro, llevaba ya casi diez años haciendo fotos, principalmente en blanco y negro, no tanto por elección sino porque era el territorio natural del fotógrafo de reportaje dado que las películas negativas en color eran caras, de peor calidad, tenían menor sensibilidad, mucho grano y poco contraste. La mayoría de los fotógrafos de aquella época éramos expertos en blanco y negro: sabíamos de películas, reveladores, diluciones, forzados, trucos, papeles… Éramos una especie de alquimistas sin apenas apreciarlo.

Técnicamente hablando, el paso gigante fue el cambio de formato, el pasar al llamado formato medio, donde el negativo crece hasta proporciones de una copia pequeña en papel, apuntando maneras de otro tiempo, el origen mismo de la fotografía. Aquello significó un enriquecimiento en los matices, las calidades, el detalle, la excelencia gráfica puesta al servicio de una mirada casual, en apariencia intrascendente. Además, en las cámaras de formato medio se tiene otra forma de fotografiar: a no ser que se acople un visor específico, la imagen se compone con los dos ojos, normalmente desde una posición ligeramente en contrapicado. La composición resulta más natural, reflexiva, con grandes desenfoques, más próxima a la cámara oscura de los pintores del Renacimiento.

Las fotos de Cinco las hice con una cámara de formato medio sin apoyo alguno de luz, simplemente la que me encontraba en cada momento, la que más se acercara a mi propia percepción.

Al enfrentarme por vez primera con el texto, llegué a la conclusión de que no se podía ilustrar al uso. Hubiera sido una labor torpe. Por tanto, lo que me quedaba era inspirarme en él para crear una serie de fotos que pudieran acompañar su lectura, y luego, que Teresa las fuera situando en los lugares donde le pareciera más acertado, y así lo hizo. Previamente fuimos a Sigüenza reconocimos concienzudamente el lugar, visitamos la catedral, la casa del Doncel… Buscamos sus paisajes, nos lo imaginamos paseando por sus calles, bien mirando al cielo o quizá observando un detalle que llamara su atención; buscando todo aquello que nos hiciera de puente entre el texto y su figura. El resultado fue el libro publicado por Hiperión que ahora he tenido la inmensa suerte de enriquecer con un nuevo diseño gráfico y varias fotos que quedaron inéditas. Para mí ha sido un inmenso placer, un deleite para los sentidos y un trabajo que me satisface como pocos.

Emilio Ruiz

 

Emilio Ruiz Zavala en 1986

Emilio Ruiz Zavala en 1988

(Emilio Ruiz. Fotografía de Ana Miralles. 1988)

 

Si desea descargar gratuitamente Cinco. Sobre el Doncel de Sigüenza, pinche aquí

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