Francisco López Serrano (Épila, Zaragoza, 1960) Ha publicado los libros de relatos El Hígado de Shakespeare, DVD, Barcelona, 2000; Dios es Otra, DVD, Barcelona, 2002 y Los Hábitos del Azar, Renacimiento, Sevilla, 2009 (Premio “Setenil” 2010 al mejor libro de cuentos publicado en España en 2009); y las novelas El país de la lluvia, Prames, Zaragoza, 2004; Retrato del asesino en prácticas, Pre-Textos, Valencia, 2005 y El Prado de los Milagros, Duen de Bux, Ourense, 2008. Es autor asimismo de seis libros de poemas: Ars Moriendi, Genil, Granada, 1985; Un funesto deseo de luz, IFC, Zaragoza, 1990; La afable vecindad de la muerte, Editora Regional de Extremadura, Mérida,1997; La caricia de un sueño, Prensas Universitarias, Zaragoza, 2002, La sombra de Dios, Compás, Sevilla, 2004 y El último hombre sobre la tierra, Devenir, Madrid, 2010. Es también autor de varias traducciones de poetas ingleses publicadas por editorial Pre-Textos. Habitualmente colabora en revistas literarias y periódicos como Clarín, Turia o Heraldo de Aragón.
Tres microcuentos del libro inédito: Un momento, señor verdugo
Blow up
A la puerta del parque de atracciones, la niña le dice a su padre que quiere hacerse una foto con el oso Yogui. Al principio el padre se niega, considerando que se trata de un capricho infantil absurdo y costoso, pues el precio de la foto es excesivo. Pero la niña insiste y al final, a regañadientes, accede. Dispuestos para la foto, el oso Yogui toma a la niña por los hombros y le pide que sonría antes de que el fotógrafo disparare su cámara. La niña, sonriente, alza la cabeza, mira al oso Yogui y lo que ve le produce un estremecimiento. Lo que ve con pavor asomando bajo el falso cuello duro del disfraz de oso Yogui es un cuello y un mentón recién afeitados, con una rotunda nuez moviéndose en el gaznate como un animal soterrado. La visión de aquel cuello arañado y de aquellos descuidados cañones de pelo, tan rotunda, tosca y groseramente humanos, disipan por completo el efecto benefactor de ese hechizo con que el hada madrina, con su varita mágica, nos pone a salvo al nacer de la sordidez y de la estafa del mundo durante nuestros primeros años de vida. Y tras devastar, como una horda de tártaros de ojos oblicuos y bruñidos cráneos, el reino de fantasía del que hasta entonces la niña ha sido ciudadana de pleno derecho, hace nacer en ella prematuramente la conciencia de la pérdida y le insufla una suerte de sentimiento elegiaco anticipado que envenenará su infancia y toda su existencia futura. En la foto, que todavía se conserva en el álbum familiar, puede verse al oso Yogui, con su corbata verde, su sombreo de vagabundo del crack financiero, su cuello duro de escribiente melvilleano y cierta resignada contención paidófila, rodeando con su brazo los hombros de la niña, en tanto ella (niña ya solo en apariencia) levanta los ojos entristecidos hacia él. Sin que nadie lo advierta, la foto muestra un cadáver: el cadáver de la inocencia.
El embarque
Se encontraban en la puerta de embarque, a punto de subir al avión, cuando ella llamó su atención ante la presencia de un gorrión que se había colado en la terminal y volaba en círculo dentro de la sala buscando, ante el espacio acristalado del edificio, una salida que no conseguía hallar. Ella, conmovida, le había exigido que hiciera algo. Él, por su parte, había tratado, con tacto, de disuadirla -se anunciaba ya su vuelo y debían embarcar-, hasta que la reacción airada de ella contra su pusilanimidad le hizo desistir de cualquier reconvención inútil. Se acercó resuelta al mostrador de información y dirigiéndose al empleado le señaló el pájaro, que continuaba volando en círculo de forma obsesiva, y le indicó que había que hacer algo, cualquier cosa, para facilitarle la salida al exterior. El empleado le informó que en el exterior y como medida de precaución había halcones que atacaban a cualquier ave que cruzara el espacio aéreo interfiriendo en la seguridad de los vuelos, y, por tanto, el desdichado gorrión tenía más posibilidades de sobrevivir adentro que afuera. No obstante –había añadido el empleado- si la señora tenía especial interés en encontrar una solución al problema debía dirigirse a la oficina de AENA. Hacia allí se encaminó ella sin que él pudiera hacer nada por evitarlo salvo componer una mueca de desesperación e impotencia y avisarle de que no estaba dispuesto a perder el vuelo por salvar a un pájaro o más bien condenarlo a una muerte segura bajo las garras de alguna rapaz y sobre el ara de una conciencia hipersensible.
No subió sin embargo al avión hasta que no hubo sonado por megafonía la última llamada que requería en el embarque la presencia inmediata de ella, quien definitivamente habría de quedarse en tierra tratando de abrirle la «jaula» a un gorrión, acto de manumisión en el que quizás cifrara un símbolo de su propia necesidad de escapar. Él, por su parte, durante todo el vuelo, se había sentido cohibido por la mala conciencia de que aquel asiento vacío a su lado le produjera, después de todo, un inmenso alivio.
Eva
Soy tan feliz en este paraíso. Me gusta disfrutar de mi cuerpo desnudo dorado por el sol del verano. Recibir en la piel la caricia del viento y del agua. Sentirme hermosa y deseada. Me encantan las largas caminatas por el campo, arrancar la fruta silvestre de los árboles, ofrecerla y comerla. A veces me adentro en los bosques de hayas y robles, paseo bajo la fresca sombra de los tilos o me sumerjo en los helados lagos de montaña. Durante sus largas ausencias suelo leer esos libros románticos que desprecia. También le irrita que fume, beba o escuche jazz. Hace unos días sugerí que podíamos practicar el coito anal. Gerda, Gretl y otras amigas me han contado que lo hacen habitualmente y lo encuentran excitante y satisfactorio. Pero él se niega alegando que se trata de una práctica sucia y baja propia de judíos y otras razas inferiores. Por la misma razón se niega a que le haga la felación y a hacerme él su parte correspondiente. Él adopta siempre la misma postura, se tiende sobre mí y jadea y jadea hasta que, con rapidez, se deja ir. Me obliga a ponerme diafragmas y a tomar esas píldoras nuevas que acaban de sacar. Tiene un miedo terrible a procrear. Pero a mí me gustaría tener un hijo suyo. Un hijo suyo es lo que más deseo en el mundo. Mi instinto me dice que todos estos detalles serán algún día importantes para los historiadores. Quizás esta noche me llame a su habitación. Y yo como siempre acudiré a la llamada del amo del mundo con el corazón alegre y una sonrisa en los labios.
Un lujazo para Unoyceroediciones. De verdad. Sin halagos hueros ni falsos inciensos.
No soy yo muy amigo de los microcuentos, que suelen dejarme, en el mejor de los casos, como con hambre., pero estos tres me han resultado perfectamente saciantes y autocontenidos. Me han gustado mucho. Gracias.
Os agradezco el comentario. Para mí el microrrelato es terra incognita y tengo aún alguna reserva respecto a un género que todavía se está desarrollando y sentando sus bases. La mayoría de las veces lo encuentro demasiado cercano al poema en prosa, al aforismo o al chiste. Entiendo que el buen microrrelato tiene que tener un desarrollo breve y un punto de inflexión radical, eso que los sonetistas italianos llamaban «volta». En mi opinión las mejores microficciones serían los aforismos de Cioran. Saludos.
Bravo. La breva, si breve…
Me han encantado,como siempre,genial,te quiero mucho,tato.
Tampoco soy amiga de los micro, por abundancia tal vez?.
He leído tres historias, completas las tres.
Y me han creado emociones
distintas.
Miedo la primera, reproducido de los dioses sabrán qué historias de la infancia.
Estupefacción la segunda, por la verosimilitud concentrada, vaya!, no sé explicar pero…
la sensación es de realidad no vivida.
La tercera no la entendí al principio. Y es una historia total. Y una preciosa recreación de hechos históricos.
Mis más emocionadas gratificaciones.