Juan José Romero Cortés

Juan José Romero Cortés (Valencia, diciembre 1953) ha publicado dos plaquettes, una separata y tres libros: Gramática de las cosas (1978), Didáctica de lo obsceno (1980), Sobre una muerte antigua (1988), Jardín, agosto y yo (2000), Icarus (2011) y Las cinco estaciones (2013)

Ofrecemos a continuación un poema, «El eslabón», de su libro Icarus, publicado en 2011:

 

 

EL ESLABÓN

El subir verdadero del subir,
el subir del hallazgo en lo alto profundo.

(Juan Ramón Jiménez)

Lo que me une a la tierra es el cielo.
Tiene piedras como el suelo, planas.
Llueven sobre mí, que lo he mirado tanto.
Me devuelve, una a una, las miradas vanas.

Hay muros en el llano que ha enviado
y su manto es palmera solamente.
Los astros son vencejos que regresan
y no hay agua ni sed ni son plegaria.

Los árboles suben, las casas suben al hueco abierto,
raíces y pilares se sustentan en la noche,
un mundo suple a un mundo como en la guerra
de los sueños contra los sueños, cambiados.

Arrasa año tras año ese río alado,
de barro eterno la quietud cubre; las grietas,
las últimas ventanas resplandecen tras las nubes.
El fuego vuelve a estar donde nadie lo ha apagado.

Protégeme, piel, de la ceniza que silba entre las horas.
Los caminos, puentes, corredores no sirven nuevamente,
no evitan el ascenso a la memoria de la propia realidad,
me conducen adonde ya he sido.

Otra noche más, alienta el paso en falso que da mi vida:
no sé quién soy si el recuerdo no me repite,
sus bordes tiento por un desgarro que acabe en viento
que me arrastre adonde hace frío en pleno olvido.

Los rayos de un sol más lejano que el pasado, queman:
atraviesan la hora enorme que recubre mi inquietud.
Aroma de la luna destilado lentamente, hiela:
abracé la flor del mundo sin su sombra y su secreto.

Las señales familiares se deshilan en mi pensamiento:
se separan el agua del mar, el día de la luz, el destino de
mis manos,
y la historia más oculta en mí cuenta su razón perdida:
locura de ser feliz por el hecho de habitar la tierra.

No sirve la experiencia de los muertos,
¿en qué se nos distinguen si amaron del mismo modo?
Repito su corazón, sus ojos, sus temblores:
el tajo del horizonte en la distancia reposado.

Nada nos legaron del abismo en sus tobillos,
de la roca que vencía acariciándoles la frente.
Son contacto interno esa dureza, ese vacío.
Traspaso la ignorancia como el pájaro se pierde.

Ni en cable de luz ni en rama tendida me poso.
¿Cómo puede resistir mi especie en el aire de la espera?
Pío y pío con ansia de volver por la ventana alborotando,
la pupila trastornada que no ve que había visto.

Los vivos mueren, los muertos vuelan, confundiendo sus
sombras.
Las puertas pardas se entornan de la tierra. Ascienden
repudiados por el sueño luminoso donde soy un ciego
despierto y sin rumbo como este día que se repetirá
mañana.

Si no baja la lluvia el barro de las almas, no debo dormir.
¿Traerá la lluvia noticia de mi alma? Abierta
la vergüenza, sin historia, con alas, solo, miro al cielo:
una manera de vivir que no es de este mundo.

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