Lorenzo Ariza

 

Lorenzo Ariza nació en Lumpiaque (Zaragoza) en 1963. Estudió Bellas Artes en la Universidad de Barcelona, ciudad en la que trabaja como profesor de dibujo.

En el 2014 ha publicado la novela Samsa, una vuelta a La Metamorfosis de Kafka.

El relato Un viaje  es inédito, y pertenece al libro aún en proceso, Últimas obras.

 

UN VIAJE

PIETA RONDANINI

Miguel Ángel: Pietá Rondanini 1552-1564

 Durante mucho tiempo dispensé a la memoria de Miguel Ángel un recuerdo equivocado.

En 1564, poco después de la muerte del maestro (veintidós días para ser exacto), Leonardo Buonarrotti, su sobrino, trasladó “en secreto”, desde Roma a Florencia, la última obra de aquél. Días antes de expirar, llevado por una actividad frenética, el anciano  se negaba a guardar cama. Según pudo leer Leonardo, en una carta remitida por Daniele da Volterra, Miguel Ángel había trabajado en esta obra hasta la víspera de su fallecimiento, el 18 de febrero.

Como si su vida hubiese de resultar incompleta, el maestro se empeñaba en una obra inacabada. Las figuras de Cristo y de La Virgen habían sido rectificadas, y parece materialmente imposible, a la vista de las fotografías, que la escultura pudiese tener una conclusión cabal según el proyecto inicial (una Pietá). Acaso sí un final extraño.

El non finito, al parecer intencionado en otras esculturas, resulta aquí un final incierto, según indica la propia cronología.

Durante mucho tiempo pensé que aquel urgente traslado de la obra (veintidós días después), obedecía a alguna razón secreta, y no hice nada por averiguar cuál fue esa razón.

La pereza ha sido también la culpable de que aún no la haya visto personalmente y de que, hoy por hoy, no tenga visos de verla. He hecho el viaje mil veces a través de libros académicos y especializados, y de postales y fotografías que me han llegado desde allí de viajeros que, siguiendo mis indicaciones, han ido a verla. También he pensado mil veces en escribir un relato largo o una novela cuyo motivo fuese La Pietá. Es seguro que no lo haré.

He pensado en aquel traslado como centro de la que iba a ser mi novela, y en Leonardo como el personaje conductor: el bulto se situaría vertical sobre el carromato y saldría de noche de Roma para emprender un camino de dos días (del diez al doce de marzo), y del mismo modo que el mármol virgen descendía de Carrara a las manos del escultor, ascendería de nuevo por el mapa convertido en una forma imposible.

Durante gran parte de su vida de noventa años, Miguel Ángel había estado ocupado en la sepultura de Julio II. Su inacabamiento debe ser fuente inagotable de alegría para la humanidad. Indica la dedicación del maestro a sí mismo, más que a ningún otro proyecto. Y en aquella última obra, La Pietá, desprendido ya del macro encargo y casi de su propia vida, se dedicaba a encontrar la forma adecuada.

Bien, creo que ya no la había. Que ya no había forma. Lo que los ojos de Leonardo debieron de ver (algo similar a lo que nosotros vemos), a punto para el traslado, es suficiente motivo para escribir una novela. Como en las esculturas de Giacometti, tiendo a pensar que la escultura de Miguel Ángel, de haber continuado éste con vida, hubiese acabado por desaparecer. Martillazo a martillazo, se hubiera extinguido y saltado por el aire la última muesca de la piedra.

Hay un brazo aislado, amputado de una primera versión, unas piernas absurdamente pulimentadas de una segunda, según el libro que consulto. Los rostros de los personajes han sido rectificados y cambiados de lugar. Ya no hay materia suficiente para poder unir el brazo; sí, acaso, para fundir las dos figuras en una, para que la escultura sea otra cosa que una Pietá, pero otra cosa que nunca sabremos.

Entonces murió.

Mi error fue el siguiente: La Pietá Rondanini no fue llevada a Florencia en 1564. Hoy puede verse en el Museo del Castello Sforzesco de Milán, trasladada allí el siglo pasado, en 1952 desde Roma, ciudad en la que siempre permaneció desde su creación.

El viaje de Leonardo a Florencia fue cierto, exactamente entre los días diez y doce de marzo, pero lo que transportaba de incógnito no era la última escultura de Miguel Ángel, sino su cadáver, cumpliendo la voluntad del maestro de ser enterrado en su ciudad natal.

Para mí, como para sus contemporáneos, éste era su secreto.

 

 

 

 

 

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