Miguel Serrano Larraz

Miguel Serrano Larraz (Zaragoza, 1977) estudió Ciencias Físicas y Filología Hispánica y se dedica a la traducción. Se dio a conocer con el libro de relatos Órbita (Candaya, 2009) que lo colocó en la primera línea de los escritores de su generación. Sus cuentos han sido incluidos en las dos antologías de narrativa breve más importantes de la última década, Siglo XXI. Los nuevos nombres del cuento español actual (Menoscuarto, 2010, edición de Gemma Pellicer y Fernando Valls) y Pequeñas resistencias 5 (Páginas de Espuma, 2010, edición de Andrés Neuman). Ha publicado además varios libros de vocación experimental, en ediciones casi clandestinas.

Autopsia (fragmento)*

11.

En aquella novela que no llegué a terminar, El día en que me pegaron los skinheads, la novela de la que escribí veinte o treinta páginas y que he perdido y de la que me avergüenzo tanto como del poema que también he perdido, y que me duele lo mismo, exactamente lo mismo que el poema de título tan parecido, el protagonista acababa «enganchado» (así lo imaginé, así lo habría dicho el texto no escrito, ya es inevitable) a la poesía, a la posibilidad de que la poesía tuviese una existencia real, acabada, independiente o autónoma o como queramos llamarla, y terminaba convencido de que la poesía, si se atrevía a enfrentarse a ella, le permitiría modificar a su antojo la realidad en su conjunto, o al menos el pasado, y le serviría para aniquilar el miedo paralizante que lo había condenado a la inacción y a la supresión de toda forma de pensamiento. Al final de la novela, en un último tramo que imaginé una y otra vez pero nunca llegué a escribir (tal vez por eso lo recuerdo con tanta claridad, porque no llegó a fijarse y por lo tanto no pudo corromperse ni pudrirse ni decepcionarme), en las últimas treinta páginas, podemos suponer, o en las últimas veinte páginas, tampoco es cosa de ponerse a exagerar a estas alturas, el vacilante y patético protagonista de la novela conjura su pánico, lucha contra él, y escribe un largo poema narrativo que lo liberará de todo vínculo con su propio miedo, con el miedo que ya no puede deshacer, el miedo que sintió cuando aquel chaval de pelo rapado y rostro cómicamente fácil de olvidar se le colocó encima y empezó a golpearle la cara una y otra vez en el mismo momento en que el sol (era mediodía) lo deslumbraba y lo hacía llorar. El poema que escribía el protagonista de mi novela llevaba por título «El día en que me pegaron los skinheads», aunque el gran texto, el marco desmesurado, la novela, no desvelaba ni un solo verso del texto menor o incrustado o prescindible, el poema, puro residuo, un poema del que sólo se decía o diría, acaso, que era un «intento de mantener la cordura y de expulsar a todos los monstruos, una búsqueda modélica de expurgar o censurar una biografía en construcción de su propia elocuencia desfigurada». Uh-uh. Sorpresa. Se decía o diría, eso sí, que el poema era narrativo y ficticio, que no se correspondía con la realidad de los hechos ni con las sensaciones reales que el protagonista había sentido en el momento de la agresión, pues el poema aseguraba, entre otras cosas, que la víctima del asalto de losskinheads era un estudiante de Ciencias Físicas, y en el poema ese estudiante de Ciencias Físicas (y no de Ingeniería, como el protagonista de mi novela) era ya un lector asiduo de poesía en el momento en que recibía los golpes, y no solo eso sino que llevaba en la mano, durante la carrera en la que huía de unos perseguidores más rápidos que él y en la caída que acabó con él en el suelo y durante los segundos posteriores, mientras el skinhead que llegaba primero hasta el lugar en el que él había caído y se abalanzaba sobre «su cadáver prematuro», junto a una cabina de teléfonos (en una época en la que las cabinas de teléfonos todavía punteaban el paisaje y creaban trasuntos verosímiles de los habitáculos de teletransporte de las películas de ciencia-ficción), el skinhead más rápido, por tanto, o el más decidido, el más hambriento o violento, durante toda esa carrera, digo, el protagonista del poema, que no era el protagonista de la novela sino una proyección, un anhelo, llevaba en la mano un libro de poesía que acababa de comprar, que había adquirido esa misma mañana en una librería de la zona de la universidad, un ejemplar de la obra de Pedro Salinas editada por Cátedra, y en el poema que escribía mi protagonista, por tanto, la realidad de los hechos estaba falseada y él no trataba de defenderse con las manos y con los codos y con peticiones desmayadas de auxilio (como había sucedido en realidad al comienzo de la novela, en el primer capítulo, que sí llegué a redactar), sino que se defendía haciendo pantalla con el libro, que era negro y de paso lo protegía también del sol despiadado de las tres de la tarde (la cubierta era negra y absorbía la luz, el libro de Salinas era un sumidero de luz), en el poema la víctima sujetaba el libro con las dos manos sobre su cabeza (estaba tumbado boca arriba, también pataleaba), como un humilde cazador de vampiros que sostiene un crucifijo, pero el libro no servía de escudo y el skinhead vampírico no se sentía intimidado (ni tan siquiera sorprendido) por el libro, que apartaba de un manotazo para centrarse en lo que de verdad le interesaba, sujetar a su víctima y empezar a golpear su frente y su cuello y sus mejillas, mantenerlo inmovilizado y entretenido en espera de que llegaran los otros skinheads (que ya habían bajado del coche, que ya corrían también hacia su encuentro como corren las parejas por la playa en algunas películas, con los brazos desplegados y la intención de chocar en un abrazo), para poder levantarse y comenzar su tarea preferida, la que de verdad tenía en la más alta estima, la actividad física que lo definía como persona y también como personaje digno de recuerdo: empezar a patear ese cuerpo que giraba y se retorcía allá abajo, junto a la cabina telefónica, estupefacto, arrepentido ya, maduro para la recogida, casi podrido.

*Texto perteneciente a la novela Autopsia, que la editorial Candaya publicará en diciembre de 2013.

Share this post



Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Uso de cookies

Utilizamos cookies propias y de terceros para mejorar nuestros servicios y mostrarle publicidad relacionada con sus preferencias mediante el análisis de sus hábitos de navegación. Si continúa navegando, consideramos que acepta su uso. Puede obtener más información, o bien conocer cómo cambiar la configuración, en nuestra política de cookies.

ACEPTAR
Aviso de cookies