Ricardo Clemente

Ricardo Clemente nació en Madrid en 1969, en una familia trabajadora, y se crió en el barrio obrero de Carabanchel. Ha trabajado en casi cualquier cosa que le hayan dejado: en un taller de confección, en tiendas, en oficinas, a pie de calle, de comercial, haciendo reparto de tomate y harina. Es licenciado en Filosofía por la Universidad Complutense de Madrid. En la actualidad vive en Córdoba.

Durante los años 90 codirigió la revista Anábasis de Filosofía, adscrita a la Facultad de Filosofía de la UCM, gracias al apoyo del por entonces decano, Manuel Maceiras. Publicó artículos de Filosofía de la ciencia. Sin embargo, contrajo la enfermedad de la poesía, mal del que no se ha repuesto.

Ha publicado poemas en algunas revistas literarias: El Extramundi, Turia, Barcarola, Por ejemplo, Cuadernos del matemático, Ariadna RC, Periódico de Poesía de la UNAM. Ocasionalmente colabora con la revista Vísperas, con reseñas de libros de poemas.

En 2015 publicó No más sueños, libro de poemas, en Uno y Cero Ediciones.

En su web puede leerse una muestra de su obra publicada e inédita, que incluye varios libros de poemas y una breve novela experimental, Donatella. También es interesante conocer su blog.

A continuación, tres poemas del libro inédito Centro:

1

el horizonte asesina nubes envueltas en sangre
el hematoma del ocaso que crece como un gigante en el valle
la sombra de nuestro preocupante estar entre las cosas
invisibles
el deambular de los coches lejanos que van hacia casas en desuso
tarde envuelta en aromas de dulces
entre la fatiga extraña previa a estar solos
junto a la piscina cubierta por una lona
a la espera de ver el espinazo de la noche
esa guerra lejana
cuando el frío hace que cristales lluevan sobre la grama seca
y entre los pinos paralizados corra el espectro
corran voces
la risa del cárabo
el crujido de la madera
un agitarse arbustos
pequeñas ratas
la serpiente que duerme bajo el suelo
los murciélagos que vuelan como dementes abanicos
y, sí, el espacio está hueco
guarda para sí un discurso de sumideros que llevan al endocarpo de su fruto
que envuelve su semilla de completo olvido

2

las aves y las plantas inician su ritual de despedida
se alinean
ocupan el orden lánguido de los segundos que se extinguen
los edificios se llenan de un sarpullido de luces
las calzadas se vacían
es el retumbar de los sonidos últimos
cuando la ciudad reposa
no más conjetura
no más debatirse en el remonte imposible del tiempo en nuestra contra
no más forcejeo
sabemos
que la suerte está echada
las monedas sin cara y dos cruces
el cumplimiento premonitorio de todo lo que se temía
y el malestar puntiagudo no podrá luchar contra lo que ya se ha hecho
no hay fuerza que aniquile lo definitivamente dicho
la rotundidad de lo logrado
la duda óntica ante la posibilidad de que no sea suficiente
para poder con nosotros
qué ironía
tanto ha puesto el hado para hacernos claudicar
y finalmente
esta paz
el simple escenario de la ciudad dormida
y el poder del verso
son sortilegio para que combustionen los rincones con ardor de esperanza
para abrirse paso hasta el metal precioso de la, sin mácula, gloria

3

la línea
arena
sol
el tremolar del aire
caliente
como espíritu de un pundonor perdido
la línea
el plano horizonte
la silueta de tendidos
electricidad que emite el zumbido de toda nuestra energía
para que arda la carretera
huela a horno
sea un horno
la copela en que se amasa nuestra filosofal piedra
de la nada
salen salmos
el giratorio lamento la zanfoña
soledad que alimenta un famélico escalofrío
para la cosecha de oro
el trigo
la cebada que huele a melena limpia
y la curva
de la linde
lleva al oculto cauce seco
donde corre la liebre
asustada por los pasos del peregrino
pasan los perdigones levantando polvo
(en el campo castellano que está en el recuerdo)
(la ladera leopardina bajo el rodar de nimbos)

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