Silvia Vertanová traduce a Štefan Lahita

Silvia Vertanová (1971) es traductora eslovaca de español y alemán. Profesora de español en el Departamento de Románicas de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Comenius de Bratislava (Eslovaquia). Además de dedicarse a la Traductología (teórica y práctica) trabaja en investigación lingüística dentro de diversas áreas: fraseología, partículas, discurso y arte de la oratoria, cuestiones de la interpretación interlingual. Entre sus traducciones al eslovaco destaca la obra del alemán Patrick Süskind: Die Geschichte von Herrn Sommer (2007), la pieza de teatro del catalán Pau Miró: La sonrisa del elefante (2008) o el testimonio documental del líder cubano Fidel Castro Ruz: La Victoria Estratégica (en imprenta).

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Štefan Lahita (1944-2014), erudito de nacionalidad eslovaca, estudió originalmente Filosofía y Matemáticas pero por sus investigaciones sociológicas de contexto político publicadas durante el régimen comunista checoslovaco tuvo que interrumpir sus estudios universitarios, fue expulsado de la entidad investigadora para la que trabajaba y forzado ganarse la vida como obrero. Más tarde se licenció en Andragogía y Sociología de la cultura. Los últimos diez años de su vida los dedicó a la ayuda y estudio de la minoría gitana de Eslovaquia y se consideraba antropógogo, es decir, pedagogo de todas las categorías de edad.
Sus sondeos sociológicos sobre la relación de la juventud checoslovaca hacia el Partido Comunista, la Unión Soviética, el socialismo, pero también los países capitalistas de la época de mediados de los años sesenta, fueron traducidos casi inmediatamente al ruso e inglés. Más tarde, después del cambio de régimen en 1989 publicó varios análisis socio-político-económicos en revistas eslovacas y participó en varios concursos nacionales del mejor ensayo científico –su género predilecto–, en los que fue galardonado en varias ocasiones.
Actualmente está preparada para la imprenta (ya de publicación postuma) una antología de sus ensayos dedicados a varios temas delicados de la actualidad, como tendencias fascistoides en la sociedad actual, ineficacia de los sistemas escolares o consecuencias de la sociedad postindustrial. Uno de los ensayos inéditos de esta colección es Beati pauperes, escrito en 1997, que publicamos a continuación:

BEATI PAUPERES (1997)

1. Vivimos un mundo lleno de paradojas

La hegemonía del hombre en el mundo se ha ampliado hasta límites sin precedentes, al tiempo que el hombre ha perdido el control sobre el mundo. El ser vivo más universal sacrificó su complejidad al altar del progreso lográndolo mediante la especialización: en consecuencia, ha reducido la variedad de sus actividades cognitivas y productivas. Debido a la especialización, en las presentes condiciones de producción va aumentando la efectividad del trabajo. No cabe duda de que la especialización es muy necesaria: como propiedad instrumental. Aplicada a los seres humanos, está reduciéndolos a la condición de instrumentos.
Hasta hace poco el campesino –representante de la profesión más extendida– era capaz de producir casi todo lo que necesitaba para su vida y conocía muy a fondo el mundo que le rodeaba, el cual estaba constituyendo. Hoy día, el individuo, cuando ejerce alguno de entre unos treinta mil oficios, domina teórica y prácticamente un tramo de la realidad cada vez más estrecho. Y cada vez es para él mayor aquella parte de la realidad donde se siente incompetente e inseguro. Con cada innovación su incertidumbre se va profundizando. El querer fiarse de un «cerebro colectivo» es ilusorio por el simple hecho de que nada de esto existe. La sociedad dispone en el mejor de los casos de cabezas individuales y mientras éstas queden orientadas unilateralmente no habrá ningún órgano inteligente para resolver problemas complejos.
También para las actitudes cognitivas ha sido hasta hace poco característico el esfuerzo de contemplar el mundo de manera compleja. Aproximadamente a partir del siglo XVII empieza una notable fragmentación de la ciencia. Podemos hacernos una idea de este proceso observando la proliferación de revistas científicas: la primera salió en 1665 y trescientos años después la cantidad total de este tipo de publicaciones alcanzó una cifra que suscita aprecio y horror a la vez: doscientas mil. La división del trabajo en el marco de la ciencia celebra sus logros: en forma de resultados de investigaciones y avances aplicados la ciencia ha penetrado en la producción y en otros sectores de nuestra vida cotidiana.
A pesar de los éxitos innegables de la ciencia, el entusiasmo inicial que provocaba ha desaparecido. «La adoración moderna de la ciencia ha sido durante mucho tiempo muy natural, ahora, sin embargo, el etos tecnológico y la imaginación ingeniera que acompañan a la ciencia evocan más bien temor e inseguridad que esperanza y confianza en el progreso», escribe C. Wright Mills en los años cincuenta del siglo XX, y las décadas siguientes demuestran que tenía razón.

2. La condición de creatividad y democracia

Jamás ha estudiado tanta gente como hoy día pero –según dijo K. Čapek– hay menos verdaderos eruditos que en el siglo XVII. Esto ejerce un impacto negativo sobre la integridad del mundo contemporáneo.
La diversificación de las orientaciones profesionales (el registro completo consta de unos treinta mil oficios) llevó a muchos teóricos de la enseñanza a la conclusión de que la universalidad era imposible y de que la única alternativa para nuestra época sería la especialización. No cabe duda que lo correcto es precisamente lo contrario: para la integración de este mundo fraccionado, la instrucción universal resulta imprescindible. Eso sí, la especialización es la condición inevitable para que uno se integre en el sistema de la parcelación laboral, pero desde el punto de vista de la existencia social no resulta eficaz.
La instrucción desempeña un papel triple en relación con las innovaciones (descubrimientos, inventos): primero determina su origen; segundo, facilita su divulgación y mantenimiento en la práctica; tercero, ayuda a investigar –no sin crítica– sus consecuencias. La educación universal se hace valer a la hora de la realización de la primera y tercera función, la formación especial predomina en la segunda función. El progreso de la ciencia y de la técnica suele suponer la interacción de dos o más sectores de la realidad investigada o constituida, que suelen estar alejados uno del otro en el sistema de cognición predeterminado. Nuestro sistema de conocimientos tal y como lo presenta la ciencia –considerada como conjunto de diciplinas científicas– tan sólo parece compacto: Entre las disciplinas no hay fronteras estrechas sino anchas franjas de lo desconocido.
El enciclopedismo en la ciencia se suele considerar arcaico con la mayor complacencia. A Aristóteles, a Avicena, a Leonardo da Vinci, a Leibniz y a otros centenares más de “uomini universali“ los recluimos piadosamente en la época antigua de la ciencia, añadiendo de paso a algunos inconformistas locales, en nuestro caso a Comenius, a Matej Bel o al padre de las turbinas hidráulicas, J. A. Segner (que, por cierto, originalmente era médico). Nosotros mismos trataremos de crearnos nuestra propia sinecura mediante la especialización, lo bastante estrecha como para no encontrar al próximo especialista-rival nunca más cercano que tras la frontera de nuestro país. El trabajador de una institución científico-técnica –determinado por su estrecha orientación profesional– defenderá su cómoda unilateralidad genernada por la «explosión informática», repitiendo hasta el hartazgo que hoy día no vivimos la época de los polímatas, sin darse cuenta de que está parafraseando el suspiro de Goethe –uno de los hombres más universales de la edad nueva.
La considerable especialización conlleva la impresión de exclusividad, no raras veces acompañada por títulos académicos. No obstante, para los descubrimientos verdaderamente importantes en la ciencia, ni siquiera hoy representa la exclusividad un requisito suficiente. Para obtener el Premio Nobel cualquier combinación de intereses cognitivos y creativos resulta mejor que la estrecha especialización.
La pluralidad de intereses y experiencias no representa la condición de creatividad sólo para la ciencia, la técnica y el arte. Tampoco la formación de la realidad cotidiana puede ser ajena a la universalidad. Ni siquiera el funcionamiento de la democracia sería concebible sin ella. El problema fundamental de la democracia fue expresado por Platón como la subordinación del sentido a la pasión. En la actualidad, este problema resulta aún más agudo: la división del trabajo y la consiguiente división del conocimiento están poniendo en cuestión la viabilidad de las decisiones aprobadas democráticamente. El individuo cuyo conocimientos representan, por ejemplo, tres oficios de entre los treinta mil existentes, es capaz de juzgar tan sólo una de cada diez mil cuestiones relevantes. Esto abre la posibilidad de manipularlo cuando se trata de considerar las restantes nueve mil novecientas noventa y nueve restantes.
Los representantes políticos son de la misma madera que sus votantes: en una situación de insuficiencia cognitiva muchas veces se ven obligados a «tomar decisiones» basándose en recomendaciones preparadas por otros. Fácilmente se convierten en «víctimas» de la manipulación. En casos concretos resulta muy difícil diferenciar hasta qué punto el vocablo «víctima» es el adecuado. Por un lado, estos representantes parecen mostrar con frecuencia una actitud obediente hacia su partido, pero a tenor de sus argumentos a menudo queda claro que dicha posición no siempre se debe a sus aspiraciones de ascenso político: muchas veces simplemente no tienen una opinión propia. Debido a esto, en la realidad parlamentaria se pone en práctica la principal ley de la democracia postulada por S. J. Lec: contar las cabezas sin tomar en consideración los cerebros.
Sin una instrucción universal generalizasa no es posible realizar la democracia. Los grupos que dominan los medios de comunicación de masas pueden abusar del principio de la democracia en sus propios intereses mediante la manipulación de la opinión pública.

3. Los bosquimanos y nosotros

Los cungos que viven en la región norte del desierto de Kalahari, más conocidos como bosquimanos, están retrasados –desde el punto de vista técnico–unos diez mil años respecto al mundo civilizado. Pero durante al menos estos diez mil años han sido capaces de vivir en uno de los lugares más hostiles del planeta sin haberlo devastado. Ha sido tal vez la extrema rudeza de la naturaleza la que los ha forzado a convivir con ella en paz e intuir que solo sería posible destruirla al precio de su propia autodestrucción.
Según B. Russel el tiempo libre es el último fruto de la civilización. Si la amplitud del ocio fuese el indicador del nivel de civilización, los bosquimanos serían más civilizados que nosotros. Trabajan por término medio dos horas y media al día. El resto –sin contar el tiempo imprescindible para dormir y para el «dolce far niente» –lo dedican a actividades sociales, culturales, educativas y creativas: canto, baile, entretenimiento, conversaciones e investigación. Con persistente interés estudian el ambiente en el que viven; sus conocimientos ecológico-etológicos fascinan a los antropólogos por su profundidad, complejidad y utilidad práctica. En su manera de ser, en su estilo de vida persiste la unidad del ocio y del estudio, lo cual nosotros consideramos como el máximo de la civilización (aunque de la palabra griega para describir el tiempo libre «scholé» queda claro que el uso del tiempo libre para estudiar no es ningún fenómeno nuevo.) Los bosquimanos recopilan afanosamente conocimientos también durante el trabajo. Trabajan ante todo con la cabeza: ahí tienen el perfecto mapa espacial y temporal de su entorno, saben cuándo y adónde ir para encontrar la máxima cantidad de alimento con el mínimo esfuerzo. También al cazar, las informaciones sobre el comportamiento de los animales son más importantes que los instrumentos de caza.
Al estudiar a la gente «civilizada», en vez de encontrarnos con la confianza en sí mismos propia de los «primitivos» bosquimanos, nos encontramos con una permanente –y muchas veces deprimente– incertidumbre. Como dice el ya citado C. W. Mills: «Hoy en día a menudo tenemos la sensación de que nuestra vida está llena de trampas. Parece que uno mismo no es capaz de vencer los obstáculos de su mundo cotidiano; y esta impresión en general no es falsa. La persona normal y corriente solo es directamente consciente de aquello que queda delimitado dentro de la esfera de su vida privada, y solo dentro de estos límites intenta actuar. Ni su campo de visión ni sus poderes son suficientes más allá del primer plano que representan: su trabajo, su familia, sus amigos y su barrio. Fuera de estos ambientes es como si no fuéramos exactamente nosotros mismos: no pasamos de ser meros espectadores. Y ni siquiera de forma muy imprecisa, cuando más conscientes somos de las ambiciones y de las amenazas que sobrepasan nuestro entorno inmediato, más atrapados nos sentimos».
Mediante la mutilación de las capacidades cognitivas y creativas del individuo hemos alcanzado su efectividad instrumental, pero al precio de la pérdida de su capacidad de decidir fuera del estrecho campo de su especialización, al precio de la pérdida de libertad, de la fidelidad en sí mismo y de la la dignidad, al precio de la amenaza a la existencia humana.

4. Los pecados de la sociedad de consumo

«Gula plures quam glaudius perimit»: «La garganta mató a más personas que la espada». Este proverbio latino es hoy día más actual que en el periodo en que se originó.
Aún hace poco tiempo que el hombre se dio cuenta de que marchando por el camino del aumento del consumo, apoyado en el principio de la maximalización del lucro, lo que le esperaría al final del camino sería el infierno. Y es que la estrategia dominante, de pura subsistencia para todo el planeta, debería ser la estabilización del funcionamiento de la biosfera.
El despilfarro en los países «desarrollados» contrasta de manera nítida con el estado de pobreza y hasta de miseria existencial de los países en vías de desarrollo. Las formas del despilfarro son diversas: gastos militares, que en términos globales alcanzan aproximadamente un billón de dólares por año, gastos del aparato burocrático y de «representación» diplomática etc.
Un vasto canal de fuga de los valores materiales lo representa la baja calidad de la producción. Todos los días nos encontramos con objetos, en la producción de los cuales se había ahorrado un uno por ciento, al coste de la pérdida del noventa y nueve por ciento restante. La baja calidad tiene consecuencias más graves donde éstas no se pueden observar a simple vista: las carencias latentes de un proyecto, los defectos ocultos de un material, y, además de esto, los defectuosos productos de la escolarización –los licenciados insuficientemente preparados y con frecuencia demoralizados constituyen un medium que extiende la baja calidad explosivamente por todas partes, llevándola a los productos finales en cuya realización participan.
Es probable que la forma máxima de despilfarro sea la satisfacción de las pseudonecesidades, surgidas como consecuencia de la deformación personal de los seres humanos unilateralmente desarrollados. La función principal de la saturación (por lo general abusiva) de estas pseudonecesidades, es la compensación de algún handicap: ropas de moda, cosméticos caros, coches lujosos, muebles suntuarios… Todo esto pretende ocultar nuestros defectos físicos y mentales. Los juegos de azar, el erotismo comprado, pero también los viajes turísticos en los cuales somos capaces de gastar nuestros ahorros anuales solamente por adquirir durante unos cuantos días la impresión de exclusividad personal, todo ello pertenece a la misma categoría que los narcóticos: crean ilusiones que deben ayudarnos –al menos por un rato– a huir de la grisura cotidiana de nuestra insuficiencia personal y de nuestra insignificancia social. La satisfacción de pseudonecesidades genera miseria, y la miseria –según un dicho chino– convierte la libertad en esclavitud. De este círculo vicioso, en donde la participación en un trabajo monótono produce personas deformadas, con sus pseudonecesidades, y la saturación de éstas requiere de nuevo una intensificada participación en el proceso laboral, nos podemos liberar tan sólo con la formación de personas universal y armónicamente desarrolladas, personas creativas que hallan placer en darlo a los demás, personas a quienes el tiempo de su vida les resulta demasiado valioso como para malbaratarlo alcanzando fines poco importantes y, para una persona normal, poco atractivos.

5. La sociedad informática postindustrial del desarrollo sostenible

La sociedad informática postindustrial del desarrollo sostenible representa un compromiso entre la ingenua visión de la sociedad del crecimiento sin limitaciones (en la práctica ésta se mostró como una sociedad de consumo, o bien, del despilfarro) y la relativamente deprimente visión de la sociedad del crecimiento cero, recomendada por los informes del Club de Roma, pero expuesta a una crítica aguda por la parte de los países en vías de desarrollo, los cuales tienen un consumo material y energético per cápita que es un cuarenta y a veces hasta un cien por cien inferior al de los países desarrollados y tienden radicalmente a eliminar esta diferencia.
Sin embargo, la sociedad informática oculta en su interior un grave peligro: el labrador de la edad antigua, caminando por detrás de su arado; el zapatero de la edad media, sentado sobre su trípode; y hasta el obrero de la edad moderna en la cadena de producción, todos ellos podían evadirse mentalmente de su actividad laboral y pensar en cosas externas al trabajo que consideraban importantes: en las relaciones con sus prójimos, en circunstancias sociales más amplias, en cuestiones fundamentales de la existencia… El hombre integrado en procesos informáticos –al igual que el cazador en acción– no lo consigue: su mente está pendiente del problema laboral.
Las consecuencias de este hecho ya se pueden observar: la extensión masiva del idiotismo profesional, los especialistas que fuera del sector de su inmediata actividad laboral se manifiestan como unos tontos. Y de este modo se observa una confusa conjunción de conocimientos tecnológicos punnteros, con raros prejuicios y comportamientos dementes en situaciones corrientes.
Una posible solución a este problema debería ser análoga a la solución que practican las etnias que viven próximas a la naturaleza: restricción del tiempo laboral en el sentido estricto de la palabra, ampliación del volumen de actividades sociales y culturales fuera del trabajo realizadas en el ámbito municipal o en grupos pequeños (nos referimos ante todo a los grupos en donde prevalecen las relaciones vis a vis, asociaciones de aficiones comunes, etc.). Mediante estas actividades podrían eliminarse –o al menos reducirse– también otros peligros que acechan a la sociedad informática: la restricción del tiempo laboral disminuye el riesgo de desempleo masivo que conllevan la automatización y la informatización. El tiempo libre así creado puede emplearse en actividades creativas y en la gestión dentro del nivel municipal. Estas últimas deberían contrarrestar las peligrosas tendencias centralizadoras que derivan de un acceso relativamente fácil a informaciones sobre individuos y naciones.

6. …Los que reconocen su necesidad espiritual

La división del trabajo, ese remedio efectivo que eleva la productividad, tiene –en caso de sobredosis– unos impactos secundarios letales: convierte a los seres humanos en mecanismos inanimados. Mediante la división del trabajo es posible llevar una sociedad primitiva hasta la época de plena automatización, pero al precio de transformar una gran parte de la sociedad en antropoautómatas. Tal transformación conduce a la postre regularmente al conservadurismo tecnológico y pasa a ser un notable obstáculo del progreso tecnológico y social. Una torpe división del trabajo estructura sin ninguna flexibilidad el tiempo del vivir humano, predetermina y canaliza el comportamiento del hombre, no le deja espacio para sorpresa, paraliza su curiosidad, interés, asombro y entusiasmo, limita la esfera de creatividad accesible al individuo hasta eliminarla por completo, le dicta fines pero impide su elección y, finalmente, lo conduce a la muerte.
El hombre universal y armónicamente desarrollado suele ser moderado en sus necesidades, porque no tiene que compensar ningún handicap mediante la saturación de pseudonecesidades. Al satisfacer las necesidades normales no cabe el abuso porque esto provocaría el desequilibrio de su armonía personal. Si algo codicia, son las informaciones. Pero a éstas las caracteriza una virtud muy gratificante: uno puede adquirirlas sin tener que apropiárselas. La verdadera instrucción conduce a la modestia. Ésto lo expresó claramente Jesucristo en su Sermón de la Montaña, el cual contiene la doctrina esencial sobre la perfección cristiana, con estas palabras: «Dichosos los que reconocen su necesidad espiritual, porque el reino de los cielos les pertenece». Es decir, uno llega a ser bienaventurado por el espíritu, dedicándose a necesidades de su espíritu, a la búsqueda de la verdad y no a la acumulación de riquezas materiales.
La bienaventuranza se ha traducido muchas veces de manera incorrecta: «Bienaventurados los pobres de espíritu…» Pero a ellos –como es bien sabido– por regla general les pertenecen los reinos terrenales.

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