Vicente Gallego (Valencia, 1963) ha publicado varios libros de poemas: La luz de otra manera (1988), Santa deriva (2002), Cantar de ciego (2005), Si temiérais morir (2008) y Mundo dentro del claro (2013). Su más reciente ensayo, Vivir el cuerpo de la realidad, una reflexión sobre el verdadero alcance de nuestra naturaleza original, vio la luz hace unos meses, y está relacionado con los texto que incluimos a continuación de Cuaderno de brotes:
EL HABLA DE LOS PÁJAROS
Si alguien quisiera saber cómo escribo a estas alturas, le sugeriría que preguntara a la lluvia cómo cae, al fruto cómo crece. Escribo escribiendo, respiro respirando. ¿Qué hay aquí, entre lo verdadero, que no se nos ofrezca de natural? Escribo como el que oye el habla de los pájaros y nada ambiciona añadirle, pues sabe que ellos se entienden con sus flautas y oboes. No se hace poesía con el pensamiento, se hace con palabras sueltas, apenas con sonidos, escuchando los asomos musicales, dejándolos decirse y desdecirse, casi casi con nada.
HORMIGAS EN EL POLÍGONO INDUSTRIAL
Sobre el arcén de enfrente, el sol de agosto vuelca los penúltimos capazos de su ferretería. Tras la valla, los pallets duermen la siesta inmemorial de los objetos. Beata, la tarde está cayendo en el mismo lugar, en el preciso instante en que amaneció cuando la llamábamos aurora. Se afanan entre mis zapatos las hormigas, y son como los hombres, aunque los hombres no lo crean. ¿A dónde iba yo cuando fui de golpe detenido, cuando las vi allá abajo y caí en la cuenta de lo nuestro? ¿Acaso he llegado alguna vez a alguna parte? ¿Dónde van las hormigas?
MI CUARTO
En casa de mi amigo, en estos montes, saco agua del aljibe interior, agradezco la tenue luz que procuran unas placas solares y duermo siempre en este rincón. No tendrá el cuarto más de tres metros de largo por dos y medio de ancho. Estas paredes de relieve irregular, lucidas a conciencia, pintadas con cal, la ventana alta a la que no hay modo de asomarse y un viejo crucifijo de aspecto sobrio me hacen pensar en todos aquellos que buscaron la soledad reveladora de una celda en un lugar apartado. Pero no es eso, no vine a buscar nada en esta casa; la vida se ha citado conmigo en ella. No tengo aquí nada traído por mi mano, nada que se refiera a mi persona y, al principio, me estragó la hospitalidad de este camastro giboso de lomos, algo cojitranco de un pie y tundido de almohada. Sin embargo, esta mañana, antes de conciliar el sueño tras mi turno de trabajo, se me tornó presente una íntima verdad que el sentir había estado ya saboreando en su refectorio de brumas. Justamente porque no me perteneces, porque te abres a mí, vacío de mis cosas, de mis memorias ¿no eres tú acaso mi cuarto verdadero? Acoge mi reposo noche y día, y vaya y venga yo por el mundo sin salirme de ti, cuarto mío desnudo.