Elena Medel. Uno y Cero Ediciones

Elena Medel nació en Córdoba en 1985. Ha publicado los poemarios Mi primer bikini (DVD, 2002) y Tara (DVD, 2006), así como los cuadernos Vacaciones (El Gaviero, 2004) y Un soplo en el corazón (4 de Agosto, 2007). Su obra ha sido parcialmente traducida al alemán, árabe, armenio, esloveno, euskera, francés, inglés, italiano, polaco, portugués, rumano y sueco, así como incluida en numerosas antologías. Coordina la revista de literatura Eñe y trabaja como editora y gestora cultural en La Bella Varsovia.

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El uno hacia el otro, por Elena Medel

Me detengo a menudo en un verso de Tomas Tranströmer, «el mundo y yo dimos un salto el uno hacia el otro»; intento desmenuzarlo. Me detengo en sus tres tiempos, en sus tres tramos: en ese iniciar del movimiento que se sustenta en «el mundo y yo», en esos primeros pasos lentos y en la quietud de uno mismo enfrentado —o no enfrentado, no uno contra los demás, sino en relación a los demás, con ellos— a lo que le rodea, en esa elipsis crucial del «salto» —en lo que se deja atrás y en lo que se viene, en ese terreno entre la memoria y la visión— y en esta tensión —qué dirá el poema, qué diré— y en esa distancia de la tierra y en cierto modo del texto, y en la conciencia de varios, de una balanza que oscila entre lo individual y lo universal, en «el uno hacia el otro» y hacia los otros.

Me retumba este verso en el pensar en el poema, «el mundo y yo dimos un salto el uno hacia el otro», repitiéndose en el qué decir y en el cómo decirlo, insistiendo en el pensar a su vez en los poemas que lo expresaron mejor y en el pensar para qué repetir lo mismo, y emborronar en lugar de la escritura; me retumba en esa escritura misma, claro, en el gesto que es igual que el trazo tangible de los cuerpos que chocan suspendidos —igual, quizá no tanto: el gesto existe, la palabra es—, y en la corrección, en la lectura del poema. Me retumba en sus tres tramos, en sus tres tiempos, en el esfuerzo y en la carrerilla. Se trata de una cuestión física: ese verso de Tranströmer acompaña unas veces, desestabiliza otras.

Escribí Mi primer bikini mucho —nueve, diez, once años: mucho para mí, un tercio de mi vida de ahora— antes de leer a Tranströmer; desconocía, por tanto, ese choque entre el mundo y entre quien escribe. Lo escribí libre, sin prejuicios, sin conciencia de escribir un libro, y a tientas, por el mero placer puro de escribir. Muchos de los poemas brotaban de la escritura automática —«nacían», esbocé; creo que el verbo no reflejaba esa urgencia—, apenas se corregían, y al releerlos identifiqué un hilo común en ellos, el de la edad, y otro que me recorrerá siempre, me temo, que es el del miedo.

Cuando me preguntan si me arrepiento de estos poemas, siempre respondo que no: hablan tanto de mí que al renegar de ellos daría a la espalda a una etapa de mi vida. Irregular, imperfecta e inmadura, como este libro, pero también intensa y agridulce. En la tercera edición en papel de Mi primer bikini, que publicaron Maria Fortuny y Sergio Gaspar en DVD, quise eliminar algunos poemas e incluir otros que —pertenecientes al ciclo de este libro— no se editaron por una cuestión de honestidad: consideraba que la versión que debía publicarse era la premiada con el Andalucía Joven, y no una posterior al envío de ejemplares, finiquitada durante el verano de 2001, con nuevos poemas y correcciones en algunos versos. El paso del tiempo me convenció de rescatar esa versión definitiva para mí, con dos poemas nuevos que no sustituían a otros, sino que recobraban el lugar que les correspondían. En esta versión en digital, basada en ese texto definitivo —más o menos— al que aludo, están los mismos poemas con algún retoque levísimo, alguna coma que aparece o desaparece, alguna palabra que se desplaza. Y ya.

Años después, puedo comprender que Mi primer bikini hablaba —antes de leerlo— sobre ese choque del verso de Tomas Tranströmer: sobre una adolescente que salta hacia el mundo. Ese verso, no sabiéndolo, ya retumbaba en el pensar de mis poemas, en su escritura y en sus dudas. El ruido del golpe, de la caída de los cuerpos y del daño a ras de tierra, quiere sonar en estos poemas torpes y asustados.

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