Reseña de «Un arte de vivir», de Juan Gil-Albert, por Rafa Martínez, en Turia

Cuando comenzó su andadura Uno y Cero Ediciones publicamos, entre otros títulos, Un arte de vivir, de Juan Gil Albert, que reúne una serie de textos inéditos de tono e intención similar a Breviarium Vitae. La selección y edición la hizo Claudia Simón. Posteriormente, Renacimiento publicó este libro en papel. Incluimos aquí una magnífica reseña de Rafa Martínez, en la Revista Turia.

Bueno será leer con atención el pensamiento de Juan Gil-Albert, a quien se ha querido despojar de su carácter rebelde y heterodoxo para insistir en los aspectos más decadentes de sus primeras obras, a las que por cierto repudió y no quiso que aparecieran en sus obras completas. Nos referimos a La fascinación de lo irreal y a Vibración de estío.

Para conocer a Juan Gil-Albert hay que acudir a Breviarium Vitae. Así lo consideraba César Simón. Un arte de vivir añade textos valiosos e inéditos que abarcan el exilio y su regreso a la gris España franquista, en la que no estuvo callado, por más que le impidieran intervenir en la vida cultural.

Es Juan Gil-Albert un ejemplo de libertad y de civismo, alguien respetuoso con las diferencias «un español que razona». Os invitamos a descubrirlo. Sirva la reseña de Rafa Martínez como introducción:

LÚCIDO GIL-ALBERT
El espíritu de Juan Gil-Albert (Alcoi, 1904 – Valencia, 1994) sigue vivo. Su legado, en forma de varios de sus títulos más significativos (Tobeyo, Valentín y, por supuesto, Memorabilia o Breviarium vitae) sigue interpelándonos en estos días revueltos. Muchas de sus páginas siguen leyéndose con gusto.

Tal es el caso de este libro que ha publicado recientemente Renacimiento en su colección «A la mínima» y que previamente vio la luz en el sello especializado en libros electrónicos Uno y Cero. Un arte de vivir —así se titula— es un libro misceláneo donde se recogen los apuntes que el alcoyano fue tomando a lo largo de varios años; algunos de ellos fueron retomados por el autor para su inclusión, previa reelaboración, en el citado Breviarium vitae. Su sobrina nieta, Claudia Simón, se ha encargado de la edición de estos nuevos textos; Carlos Marzal, del prólogo.

Antes de entrar en detalles sobre la publicación de este libro convendría situar de nuevo a Juan Gil-Albert en su contexto histórico. Es decir, recordarlo para mejor comprender su peripecia intelectual. Cabe, así, incidir en su condición de escritor para minorías, en la tardía recepción de su obra en una España todavía franquista a la que hubo de volver acuciado por los motivos que fuera.

Juan Gil-Albert formó parte de una de las generaciones más brillantes de la cultura española del siglo XX. En enero de 1937, y desde Valencia, adonde se trasladó un par de meses antes el gobierno de Largo Caballero con el Tesoro Artístico español, se funda la revista Hora de España. En ella, además de Juan Gil-Albert, encontramos a Ramón Gaya (en el primer número de la revista inicia su célebre polémica con Josep Renau), Rosa Chacel, a Manuel Altolaguirre (que glosará el poemario «Candente horror» del alcoyano en sus páginas) o al poeta José Moreno Villa. Otros colaboradores de la revista en su breve periplo serán Antonio Machado o María Zambrano, nombres todos ellos capitales que acabaron sucumbiendo a la muerte o el exilio.

Nuestro escritor, como es sabido, corrió una suerte pareja. A bordo del Sinaia, como su amigo el pintor Ramón Gaya, llegó hasta México, donde permanece hasta 1947. Allí mantuvo relación con Octavio Paz a través de la revista Taller, de la que ejerció como secretario, y con otros paisanos como el pintor Enrique Climent, cuyo retrato de Gil-Albert es reproducido en la portada de este libro que nos ocupa.

Según Claudia Simón, la génesis de Un arte de vivir se halla precisamente en la época en la que el escritor todavía se halla exiliado en México. Son textos cortos, anotaciones en la mayor parte de las veces, en los que vuelca sus reflexiones sobre “la vida, el vivir mismo”; tienen una función moral (a la manera de los Chamfort o La Bruyère), puesto que al menos en parte iban destinados a la educación de sus sobrinos.

De este modo, vemos pasar por sus páginas un reflejo de los días que le fueron dados vivir, sea en el exilio mexicano, sea en la España franquista a la que ha de volver. No ahorra palabras duras, muy críticas, para la situación de los españoles y españolas que no comulgan con la dictadura. O contra aquellos que condenan la homosexualidad imbuidos de la moral católica imperante en ese momento: “Los únicos que podrían hablar contra el homosexualismo son los mismos homosexuales (…). Cuando no se participa de algo, no se puede juzgar”.

El general Franco es otro motivo recurrente de estas páginas. Representan, él y su mujer, “las aspiraciones de las clases medias españolas”. Es decir, “el mando y la cursilería, el delirio de grandezas”, lo cual demuestra, en tales análisis, la agudeza de Juan Gil-Albert para destapar la gazmoñería y la crueldad de esa España imperante.

La iglesia católica queda obviamente mal parada. Su apoyo al régimen habrá de pagarlo de un modo u otro. Con la incredulidad de los que, como Gil-Albert, por formación e incluso por convicción, hubiesen podido quedarse a su amparo toda su vida. El alcoyano ha visto y comprobado claramente sus intenciones cuando declara que “no cree más que en el poder temporal”. Hay algo en estas palabras de una clara y amarga decepción.

La España de su tiempo es, pues, uno de los temas más frecuentes de reflexión. No sólo Franco o la iglesia católica están en su punto de vista, sino la de todo un país humillado y echado al pie de los caballos. El de los vencedores y los vencidos. Un lugar donde vivir, pero resguardado, con el miedo comprensible de quien tiene todas las de perder si alza un tanto así la voz. Nos recuerda al filólogo Victor Klemperer de los diarios o al de Lingua Tertii Imperii, su estudio sobre el lenguaje de la Alemania nazi.

A este respecto escribe: “España está liquidada. Aquí no queda ni un modesto recuerdo de la locura quijotesca, ni la más leve astilla de la honrada madera panzesca. Quedan sólo para seguir tejiendo el prosaico enredo pueblerino: el cura, el barbero, el ama y la sobrina. Y pare usted de contar”.

Encontramos otras reflexiones más íntimas, las que atañen al propio ser y tienen que ver con la soledad (“Es terrible saber que estamos solos, pero hay momentos en que es delicioso sospechar que podemos estarlo”), o con la relación con los demás (“Todo aquel que necesita aún del fervor colectivo es un ser primario, un ser sin desarrollar”). Son los pensamientos de un hombre adulto que ha asumido su condición de heterodoxo en un país en el que no se toleran tales inclinaciones.

Otras anotaciones conciernen a sus libros más queridos. Como ésta, que define al poeta alcoyano: “Un estimulante enérgico, al alcance de mi mano: Omar Khayam, Santa Teresa, las Odas de Píndaro; y como única compensación a mi soledad unos jazmines en un vaso. Con estos escuetos elementos me comprometía a ir poniendo, de mi cuenta, todo lo otro”.

Una última anotación da cuenta de un Gil-Albert lucidísimo: “En la capacidad para soportar las diferencias —afirma— dependerá el nivel de la cultura del porvenir”. Y así es, en ello estamos. El Otro ya no es una amenaza, o no debiera serlo. Es alguien como tú o como yo. Como este hombre sensible al que nos hubiese gustado conocer. Seguro.

Rafa Martínez

Un arte de vivir
Juan Gil-Albert
Renacimiento, 2018
Publicada en el nº 127 (2018) de la revista Turia.

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