(Fotografía de Natalia Acín)
Ramón Acín (Piedrafita de Jaca, Huesca), doctor en Filología por la Universidad de Zaragoza y Catedrático de Lengua y Literatura, es autor de ensayos (Narrativa o consumo literario, 1990; Los dedos de la mano, 1992; En cuarentena. Literatura y mercado, 1996; La línea que come de tu mano, 2000; Aproximación a la narrativa de Javier Tomeo, 2000, y Cuando es larga la sombra, 2009); novelas (Extraños, 2000; La marea, 2001; Cinco mujeres en la vida de un hombre, 2004; Siempre quedará París, 2005; Muerde el silencio, 2007 y Ya no estoy entre vosotros, 2014); dietarios (Aunque de nada sirva, 1995 y Así me vio, 1997) y relatos (Manual de héroes, 1989; La vida condenada, 1994; Los que están al filo, 1999; Hermanos de sangre, 2008.;Con el pie en el estribo, 2010 y Abrir la puerta, 2013).
También ha cultivado la Literatura infantil y juvenil (Secretos del tiempo escondido, 2005; Terror en la Cartuja , 2006; Misterio en el Collado, 2008; El caso de la cofradía, 2011; Cornelio, Pancho, Simon y yo, 2014). Entre otras actividades y proyectos, en los que destacan los relativos a la actividad lectora, ha editado obras de autores clásicos y contemporáneos (El Cazador, de Javier Tomeo; Maribel y la extraña familia; de Miguel Mihura; Diario de un ladrón, de Jean Genet; El extraño caso del Dr. Jekill y Mr. Hyde, de Robert L. Stevenson o Carreteras Secundarias, de Ignacio Martínez de Pisón.
Para más información pueden ver su blog.
Ofrecemos unos microrrelatos inéditos de su libro inédito: Desafueros/Desasosiego:
1. Desasosiego:
EMBRUJO.
Su hijo murió virgen al llegar a sus 48 años.
Elsa, después del sepelio, caminó baldía por el páramo entre la silente nube de sus convecinas. Pese al alivio, le pareció absurdo evocar apollillados siseos de antaño cuando sus mismas vecinas advirtieron su preñez:
-No te creas diferente, igual que nosotras alumbrarás un soltero, le dijeron.
Como ese día, al igual que el día en que ella y Julián abandonaron la ciudad y ella aceptó su nuevo hogar en el páramo, ocultó lo insólito de la herida. Entonces, lo había hecho a ruego de Julián. Ahora, no había ruego alguno. Sin duda, porque, como en el pasado, nada debía nublarle el fruto de su vientre. Entonces, al abandonar la ciudad dejaba atrás inumerables reveses y se juró de nuevo que jamás se amilanaría. Pero, el augurio de sus vecinas no era fruto de la envidia.
El tiempo obró en consecuencia. De nada le sirvió hacer oídos sordos, reírse del atraso del pueblo, criar al hijo entre algodones y porfiar en su utopía. La vida, tozuda, impuso la tradición.
USANZA
Observé la escena, perplejo.
La música ensordecía el recinto y la cantante, destilando lascivia, se contorneaba al ritmo de la melodía como si en ello le fuera la vida. Él, el único asistente, sentado en una silla en el mismo centro de la estancia, actuaba como si la canción no fuera con su persona. Su proceder parecía responder a una oculta exigencia. Al contrario que Él, la cantante sí que dejaba intuir claramente que, para ella, aquel hombre podría convertirse en epicentro de su vida.
Supe, por fin, que Él estaba allí por ser cofrade. Pues, finalizada la cosecha, para San Faustino, cada año un soltero pagaba la orquesta. Lo de menos era que ésta tuviera concurrencia.
-Estás en tierra de tradiciones y convites, me aclararon frente a mi turbación.
Observé de nuevo. Quedé sobrecogido. Para ambos el futuro pintaba negro.
PAROXISMO
Cuando la policía entró en el domicilio, la televisión era lo único que denotaba algo de vida. Semejaba a un faro en aquel infinito océano de desaliño y tinieblas. La nevera vacía, la cama sin ropas, las ventanas atrancadas, el espacio sin aire con montañas de cintas apiladas con mimo. La investigación se dilató en el tiempo y todo se diluyó con rapidez porque la prensa calló al ver que el fiambre no vendía tal como había previsto la prensa. Luego se supo que él se pasaba horas delante de la pantalla y que ésta era su única pitanza. Al parecer las imágenes le saciaron mientras se extinguía.
Ella, una vez localizada, testificó que su fuga sí era cierta. Pero que la suya era una fuga en legítima defensa. Al final, todos optaron por creer sus palabras al ver que el miedo danzaba convulso en su mirada. En especial, al observar como en una de las cintas su desnudez era abofeteada con saña.
2. Desafuero
APARIENCIA
El hecho sucedió en el tiempo en el que las descargas sonaban diariamente poco antes del amanecer (No siempre a quien madruga, Dios le ayuda). Hasta entonces, todos creían que Ella, al dar el tiro de gracia a los fusilados, llevaba a cabo un último acto de caridad cristiana. Tal vez porque era Ella también quien, antes de cada ejecución, instaba e insistía a cada penado para que se reconciliara con Dios. Sin embargo, hoy sabemos el origen de aquel inveterado interés suyo que todos han encomiado siempre: el hiriente volcán de rabia ante el despecho de las palabras que a bocajarro y antes de morir le espetó su amigo de la infancia.
“Tú y los tuyos cometeis el crimen. Vosotros necesitais del perdón de Dios”
INFAMIA
Diezmada la ciudad, ellos reinaron.
Sus mercenarios los apodaban “Los Samaritanos”, sin duda hechizados al cubrise con capirotes durante las ejecuciones y por entonar los cánticos con los que acallar las descargas de fusilería. En cambio, entre sus vecinos forzaron una veneración resignada e impusieron a fuego el título de “Los Doce Apóstoles” con el que han pasado a la historia de la provincia. Tal vez, porque, aunque no lo fueran, ellos se consideraban los únicos abanderados del Nuevo Orden. Una vez diezmada la ciudad, lejos quedaron para ellos sus días de impotencia e impericia, de encogimiento y miedos. Y, al tiempo, también muy lejos los frentes de batalla que ellos jamás hollaron. Conscientes de que no necesitaban ni valor ni pericia para sus hazañas, siempre propiciaron que, entre los rivales, un bramido precediese todos y cada uno de sus actos de violencia y sangre.
De ahí que fueran aventajados maestros (ellos preferían denominarse “héroes”) en señalar con el dedo, en elaborar las listas de la sacas y, especialmente, en apremiar a los soldados para que, por ellos, apretasen el gatillo.
TESTIMONIO
Cuando el episodio acudía a su mente, lo tenebroso de la noche, el retumbo de los golpes y el vocerío del jalear siempre le acuchillaban hasta enfermar. Pero, como el tiempo nunca pasa en balde, Él logró superar finalmente los miedos y la tramposa amnesia en la que se resguardó durante años y años. Por eso, pudo declarar que fue testigo de todo por casualidad. Porque, oculto tras los arbustos del inmueble en ruinas, vio como Ellos, armados con fusiles, obligaban a sus rehenes, atados por parejas, a combatir hasta la aniquilación. Y de cómo la promesa de perdón para el ganador de tan sórdido combate supuso que la muerte, poco a poco, alcanzase incluso al mismo vencedor quien, nada más iniciada su tambaleante marcha hacia la libertad, fue traspasado, de espalda a pecho, por el sable del mandamás.
DISFRAZ
En los pueblos nunca hay historias cerradas, todos conocen el nombre del vecino y lo que éste ha heredado y conlleva. Por eso, resulta difícil escapar a las miradas ajenas. Sin embargo, Él consiguió vivir feliz durante décadas en su heroico limbo. Sucedió en aquellos tiempos de silencio obligado y obediencia ciega que siguieron al de las descargas nocturnas que, junto al cementerio, segaron infinidad de vidas. Él estaba ausente, no participó en la masacre y, además, regresó con laureles de valiente con la metralla alojada en su pecho tras su larga estancia en el frente de batalla. Esa fue su coartada hasta el día en el que la parca llamó a su puerta y confesó ser el autor del listado que llevó al paredón al grueso de sus vecinos.
Me alegra ver de nuevo a don Ramón Acín, escritor curtido por las nieves de los Pirineos. Como siempre, guapo y lozano, y haciendo ver que sigue creyendo en la escritura.
Creer en la literatura, siempre. El problema, Luis, son los compañeros de la literatura. Ahí, como bien sabes, el problema. Un abrazo