Rosendo Tello

Rosendo Tello nace en Letux (Zaragoza), en 1931. Es catedrático jubilado de Lengua y Literatura Españolas y doctor en Filología Hispánica por la Universidad de Zaragoza.

Su producción literaria se distingue especialmente por la creación lírica. Ha ejercido la crítica, el ensayo, el cuento, las memorias, etc. Tras la publicación de sus primeros libros, Ese muro secreto ese silencio y Fábula del tiempo, su obra se vertebra en dos pentalogías poéticas. A la primera pertenecen los libros Paréntesis de la llama, Libro de las fundaciones, Baladas a dos cuerdas, Meditaciones de medianoche y Las estancias del sol.

A la segunda pentalogía pertenecen los libros siguientes: Más allá de la fábula, Augurios y Leyendas de un tiempo que se va, Confesiones en vísperas de domingo, Hacia el final del laberinto y Consagración al alba. Dos etapas vienen marcadas por los libros Fábula del tiempo y Más allá de la fábula: de la fabulación mítica de la primera etapa se desciende a la segunda, dentro de la ordenación de obsesiones más realistas, concorde con el declive de la edad. Su obra lírica fue editada en Prames, con el título El vigilante y su fábula. Obra poética reunida (1959-2005). Ese mismo año le fue concedido el Premio de las Letras Aragonesas. En 2008 aparece editado, también en Prames, su libro de memorias Naturaleza y Poesía. En 2011 publicó El Regreso a la Fuente y en 2013 Magia en la montaña, ambos libros editados en la Editorial Prames.
Incluimos aquí tres poemas de Transparencias del tiempo, recitados por el autor

 

EN LOS ALTOS DE UN NORTE SOLITARIO

No es el torrente, que salta dando tumbos de alegría
por los enfurecidos peñascales,
ni el pájaro, que canta entre gencianas amarillas,
cubiertas por la nieve verde las montañas,
ni siquiera esas aguas negras y poderosas,
hinchadas como el vientre de las madres,
donde copian los árboles la gracia de los cielos sonrientes.
Los sueños de los hombres no distinguen a veces,
en sus contradicciones, entre el viento que asciende
y las nubes que bajan, lo que separa y une
o lo que está detrás o está delante,
en sus cercas de espinos.
No basta sólo con tener un norte o un lenguaje,
ni siquiera algún sur apasionante
si divide a los hombres, o tener una patria
si se niega otras patrias. Así obran las leyendas
que dieron fe de un mundo. Pero quizá nosotros,
dueños de otros arcanos, siempre necesitemos
aprender otras cosas, como aquellos que dieron
testimonio
de modales perdidos, una manera libre
de nombrar y sentir o de elevar la voz
sobre las elegías duras como estacadas.
Porque sabemos aún
que mucho más allá de los lenguajes y las fuentes
o de las profecías aprendidas de los árboles
y las mudas simientes,
incluso más allá de toda poesía
que aspire a lo común, está el cruce del tiempo
donde todas las rutas se unifican.
Ahora la tierra es clara, si alguna vez cansada,
y da vueltas al río de un Norte deslumbrante,
centro sentimental. Ni el torrente lo sabe
ni el pájaro ni el agua ni la naturaleza
si confunden los sueños de los hombres.
Contadlo así bajo esta clara luz,
en las hojas en blanco que escriben las estrellas,
para que lo comprendan vuestros hijos
y lo canten despiertos en la plaza de nadie.

Del libro Más Allá De La Fábula (1997)

 

SOLILOQUIO EN LA TARDE DE VERANO

Qué hondo y quieto todo en esta tarde
augusta y encantada de verano.

Y qué fulgor extraño por las altas vertientes
por donde baja el cielo meditando en silencio.
El tiempo se ha dormido y pareciera
que el mundo se ha dormido también.
Hasta los pájaros,
olvidados del aire que impulsaba su vuelo,
callan en los ramajes, y las rosas,
ajenas a la luz, aspiran en penumbra
el sueño perfumado de la luz:
cimas doradas,
senderos que fulguran serpeando en los valles,
horizontes perplejos, tornasoles cambiantes.

Existe solamente
esa calma solemne, éxtasis del instante,
que anuncia un despertar como si aquellas
presencias turbadoras que fingía el deseo
fueran de pronto a rebelarse absortas
en su presentimiento, fuera del hermetismo
de la imaginación que descubriera al fin
su secreto profundo.
Sólo el árbol,
ardiendo bajo el sol, fundida en oro
su intimidad, parece conversar en cuchicheo
con el alma fecunda de su sombra.

En la tarde
callada y anhelante,
el ser se transparenta y ya no sé
si ando despierto o sueño, si me piensa
alguien que no ha existido o si me siente
quien me amó en otro mundo, ya extinguido.
Y qué sosiego, que brillo y qué vislumbre
del tiempo en lejanía. Pareciera
que sólo existe el rayo de la luz,
sueño de cielo y tierra confundidos
y yo sobreviviendo en la sombra,
renaciendo en la calma espectral de verano,
absorto en la dorada transparencia,
oro de luz, parteluz de sombra y de rosa
doble y libre.

Nacido tantas veces
de traiciones y trances de la vida,
aspiro el perfume embriagante
que exhala del silencio de mí mismo a la espera
de que mi florecer renueve mis sentidos
y oriente mi mirar en esta hora augusta,
alta y trascendental.
Veo pasar al frente
seres que un día dieron vigor a mi existencia,
almas fraternas, libres, amados familiares;
animales que llegan sonando desde lejos
sus esquilas doradas; árboles que sacuden
sus melenas al viento, confidencias
del amor que aún espera,
que espera…

“¿Estás ahí, amor mío? ¿Estás ahí?”
Y le contesto:
“¿No oyes el sonido tristísimo que llega
de mi cuerpo al caer? ¿Me ves subir del fondo,
radiante entre las sombras, transfigurado al sol?”
Qué quieto y libre el mundo,
en la tarde encantada de verano.

Del libro El Regreso a la Fuente (2011)

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3 thoughts on “Rosendo Tello

  1. Rosendo es el gran poeta aragonés de nuestro tiempo y uno de los grandes poetas españoles contemporáneos. Es autor de una obra que nace y crece como un todo orgánico, constituyendo un corpus poético de enorme ambición y rigor que no tiene par en la poesía española. Pese a ello, no ha tenido el reconocimiento crítico que su obra merece, un desconocimiento que supone un grave lapsus en el análisis general del panorama poético de las últimas décadas. Rosendo, en medio de una poesía plana, apegada a lo objetual, a un chato realismo, representa la trascendencia de la palabra, el gran objeto-objetivo poético, en una suerte de fusión hombre-tierra, de características panteístas y místicas, que supone una aportación poética única, genuina y universal, que merecería, por la crítica, ser justamente valorada. Pido para Rosendo justicia poética.

  2. En la conversación con un joven poeta, Goethe dice: “Puedo llamarme su libertador porque en mí habéis averiguado que como el hombre vive de dentro afuera, también el artista tiene que crear de dentro afuera, ya que, haga los gestos que haga, no podrá nunca dar a luz sino su propio individuo”. La liberación de Goethe es una liberación hacia sí mismo y esta actitud está muy presente en la obra de Rosendo Tello; no sólo eso, sino también la importancia de la propia personalidad y, por consiguiente, la importancia de la acción. Con ser para él esencial, buscar en el almacén de la memoria sería una operación contemplativa, intelectual. Sólo se contemplan, se ven, se buscan cosas; pero la poesía surge en la acción. “En el impacto enérgico con el fuera —dice Ortega— brota la clara voz del dentro como programa de conducta”. Tello aspira a hacer de su dentro un fuera para nosotros, proyectarse al exterior, evadirse así de su propia interioridad incognoscible y operar libre y fecundamente en el mundo que nos entrega; la contemplación de su dentro (esa actitud pasiva) es una operación que nos incumbe a nosotros, no a él. Es, pues, la personalidad de Tello la que anhela realizar y dilatar su acción, no contemplarla, no —aunque intelectual— intelectualizarla. Se aplica a dominar el mundo de sus cosas, de sus formas, de sus imágenes. Procede así como poeta —en el verdadero sentido de la palabra— guiado por las intuiciones de su yo poético y logra resultados que pueden adscribirse al hombre vital, al hombre lírico. Rosendo Tello es un poeta, y de esa condición básica, que es actitud fundamental ante la vida, derivan su visión panorámica y su ductilidad verbal. Encuentra a esa palabra la docilidad necesaria para ser dicha desde la atalaya de la edad que legítimamente le concede un cuerpo donde resistir los embates biológicos, pero, sobre todo, le concede los instrumentos propios del arte de la palabra para decir, no para describir (que, en sus circunstancias, acaso sería para él lo más fácil). Pero dejadme ir a la fuente, a las fuentes, porque lo más importante, a mi juicio, es que la obra telliana es ejemplo incuestionable del hombre que se conoce a sí mismo y se desarrolla en la acción. Tello no se agota inútilmente en la introspección psicológica; diría más: yo creo que siente horror a los espíritus meramente especulativos. Teme perderse en nebulosas y huye de las ideas puras para cobijarse en su realidad más objetiva y tangible. Sin embargo, se siente seguro entre esos hitos, en el reconocimiento puro, sencillo y natural de su edad. Y desde esta serenidad deriva muy probablemente su crear incesante para aumentar la belleza y el valor de la vida.
    Si la máxima “me trajeron de la nada para tomar conciencia de ella y temerla” ha trascendido como mensaje en las formulaciones de la visión patética de la vida y la muerte, Tello lo desmiente. Tanto, que es capaz de citarse con la “Dama del alba”, que es más que una dama, que es más que un nacimiento a un nuevo “lugar de ensueño”, como él lo llama, iluminándose. Su obra es un sólo libro lleno de luz, iluminado por la palabra de Rosendo Tello. Y esto que digo no es un tópico envuelto en apresurado símil, no; en absoluto. Lo digo porque es así a la letra. Su obra luce de policromías pero es que el sustantivo luz es abrumadoramente frecuente como lo es el repertorio léxico semánticamente asociado.
    ¿Es la obra de Rosendo Tello un único libro luminoso en su esencia, iluminador para los lectores e iluminado por el poeta? Yo digo que sí, y le doy las gracias por ello. Gracias, Rosendo.

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