(Fotografía cedida por: Lev Abrámovich Mnujin)
Con el título de «La inquilina del infierno», el Diario El Mundo publicó el pasado 18 de febrero una reseña de Diarios de la Revolución de 1917, de Marina Tsvietáieva. Reyes García Burdeus ha escrito las siguientes observaciones sobre datos biográficos inexactos que se vierten en esta reseña y que pueden desvirtuar la personalidad de esta gran escritora. Reyes García Burdeus es una gran conocedora de su obra y ha traducido Diario de Gueorgui Efrón para Uno y Cero Ediciones:
El pasado 18 de febrero el diario El Mundo publicó una reseña de Antonio Lucas, bajo el título: “La inquilina del infierno”, sobre un libro de la escritora rusa Marina Tsvietáieva que recientemente ha sacado a la luz la editorial Acantilado: Diarios de la Revolución de 1917, traducido por Selma Ancira. Esta traductora está revisando los trabajos que ella misma realizó hace ya unos años y, tal como dice en una entrevista, pretende acercarse más a la manera de hacer de Tsvietáieva volcando del ruso al castellano no sólo las palabras sino también los sonidos, en una palabra, la música de la poesía y prosa de Tsvietáieva que, según ella, se le escapó en su día intentando ser demasiado fiel a la versión original. Estos diarios que acaban de salir se publicaron por vez primera en 1992 por la editorial Cátedra colección Versal, con otro título: Indicios terrestres.
Me dispuse a leer la reseña con la mezcla de curiosidad e interés que me despierta cualquier noticia relacionada con Tsvietáieva y, ya en la segunda línea, me encontré con el primero de una sucesión de errores referentes a la biografía de la escritora: “La muerte prematura del padre”, escribe el autor de la reseña. Eso no es exacto, quien murió prematuramente fue la madre que en 1902 enfermó de tuberculosis y murió tres años después. Marina tenía entonces trece años. Sigue diciendo el autor: “El desprecio sucesivo de sus hermanastras”, otro error: Marina tuvo una hermana, Anastasía y dos hermanastros Andréi, con quien las dos hermanas se llevaban muy bien, y Valeria, mucho mayor que el resto de los hermanos que no se relacionaba con ellos por la diferencia de edad y porque nunca aceptó el segundo matrimonio de su padre. Y a continuación comenta:: “La indiferencia de su padrastro”. Evidentemente, si la madre murió antes que el padre, Marina no pudo tener ningún padrastro.
Refiriéndose a cuando estalló la Revolución de 1917 escribe el autor: “Atrás quedaron los internados burgueses en Friburgo y Lausana, los viajes de placer a París”. Es cierto, Marina y Anastasía vivieron allí pero la familia partió al extranjero para que su madre pudiera recuperarse de su enfermedad y mientras tanto las dos hermanas cursaron sus estudios en esas ciudades, cerca del sanatorio donde su madre recibía el tratamiento médico. En cuanto a “los viajes de placer a París”, Marina viajó a París en 1909 para tomar clases de literatura en la Sorbona, no por puro divertimento.
Aparte de esas incorrecciones mencionadas, queda claro que el autor de la reseña tergiversa cuál era el motor que la empujaba a escribir. Más adelante afirma, refiriéndose a Tsvietáieva: “Los amantes se suceden, los daños, las conspiraciones. Osip Mandelshtam la odia. Vladimir Maiakovski la odia. Borís Pasternak la ama. Y como él, otros tantos hombres que se suceden en su alcoba con algo de frenesí, de cobijo, de antídoto contra la desesperación.”[…] “Marina Tsvietáieva es consciente de su carácter explosivo, entre el romanticismo y la neurosis, entre la ingenuidad y el voraz apetito sexual”.
Cualquier lector que no conozca la biografía de la escritora pensaría, ante estos comentarios, que Tsvietáieva era una “devoradora de hombres” y que entre ellos estarían los poetas arriba mencionados.
A Pasternak lo vio fugazmente en Moscú, antes de partir al extranjero y ya mucho más tarde, en París, cuando éste asistió a un congreso para la defensa de la cultura organizado por el Comintern. Con Maiakovski coincidió en alguna velada literaria y con Mandelshtam se encontró en un par de ocasiones y le “regaló” Moscú en forma de unos versos maravillosos. Con esos escritores y con muchos más, Marina tuvo lo que ella misma tildaba de “idilios cerebrales”.
Es cierto que Marina necesitaba de esas pasiones puramente espirituales para crear, para escribir nuevos versos, pero ella era consciente de que esos encandilamientos no tenían nada que ver con el amor, eran aventuras rodadas que se desarrollaban siempre del mismo modo y cuyo ritual Tsvietáieva conocía de memoria. Ni siquiera necesitaba conocer a la persona para amarla. En ocasiones, la lectura de unos versos desencadenaba en ella una pasión desenfrenada por su autor. Ella elegía a la persona y la creaba a su imagen, necesitaba estar enamorada para escribir, tal como dice en varias ocasiones en su obra.
Sólo tuvo dos amantes “terrenales”: la poeta Sofía Parnok y Konstantín Rodzévich, un amigo de su marido. Vivió con él su pasión terrenal más intensa.
En cuanto al libro publicado, es una recopilación de los cuadernos que Tsvietáieva escribió entre 1917 y 1919 y, esta vez sí, el autor de la reseña retrata con acierto la situación del Moscú de aquella época, una ciudad sumida en el caos y el hambre, apoyándose sobre todo en los comentarios de la traductora y en los párrafos que se mencionan del libro escritos por la propia Tsvietáieva.
Esperemos que la imagen errónea que esta reseña transmite de la personalidad de Marina Tsvietáieva y todas las inexactitudes al respecto de su biografía que inundan el texto, no logren ensombrecer la estremecedora historia que relata la escritora en la excelente traducción de Selma Ancira, compañera de oficio y sacrificio que, con esta reciente publicación, estoy segura, dará más luz al lector de lengua española sobre la figura de esta magnífica escritora.