Entrevista a José Mª Pérez Álvarez

(Fotografía de Mani Moretón)

Para seguir con el diálogo que Sergio Gaspar y Carlos Fernández López iniciaron sobre Poesía, Uno y Cero Ediciones entrevista a José Mª Pérez Álvarez, para dialogar sobre narrativa, con motivo de la publicación de su excelente novela, Examen final, recomendada hace unos días por Juan Goytisolo, quien ya recomendó Nembrot en su día.

En la entrevista de esa interesante y necesaria revista que es Combate, dices: «La vida, creo haberlo dicho, es maravillosa; lo malo es vivirla». La vida me parece un don, un prodigio, un regalo; en sí, pues, es una enorme oportunidad. Pero vivirla conlleva la aparición de dificultades de todo tipo: no sólo de relación con los demás, o con uno mismo, que es más grave, sino de supervivencia. Esa vida habitada por “los otros” se transforma en una especie de pelea por la supervivencia y a veces se ve uno envuelto en esas batallas a su pesar. La vida deja de ser apacible y bucólica (que a lo mejor es sinónimo de aburrida) para convertirse en un ring donde, cuando menos, debes defenderte si no estás por la labor de repartir tortazos. La vida es, al final, desconcierto.

«La dificultad es la cortesía del autor con el lector». Curiosamente a muchos autores que luego han obtenido el reconocimiento general, Beckett, Kafka… les ha ocurrido lo mismo que a ti: han tenido grandes dificultades para publicar. Ahora está de moda leer literatura -si a eso se puede llamar literatura- fácil, bestseller, como tú los describes en Examen final, escritos con recetas e ingredientes seguros para vender. ¿Los betsellers van a hundir aún más, si cabe, a la Literatura? Los superventas son un arma de destrucción masiva; entendámonos: hablo de los libros concebidos para ser una lectura fácil y que genere beneficios sin proporcionarle dificultad alguna al lector. De hecho, hay novelas de enorme calidad que se han convertido en superventas y no fueron concebidas como tales. Circula por ahí una premisa que considero falsa en el mundo editorial; es la que pregona que los bestsellers proporcionan a las editoriales ingresos que después invierten en obras de mayor dificultad y riesgo. Descreo de semejante afirmación; en todo caso, me gustaría que en una página inicial de una obra compleja, el editor tuviera la amabilidad de consignar “esta novela ha sido subvencionada gracias al 30% de los beneficios obtenidos con las ventas de la novela X escrita por Y”. Ya habló claramente Juan Goytisolo de la diferencia entre el producto editorial barato, por decirlo de algún modo, y el texto literario. No me parece mal que haya autores que consideren la apuesta literaria como un mercado (las editoriales necesitan beneficios para sobrevivir); pero detesto sus declaraciones desvergonzadas, como cuando Paulo Coelho dijo que Joyce le había hecho mucho daño a la literatura u otras más recientes de Javier Sierra afirmando que el escritor volcado en sí mismo, que trata de indagar en su interior, entender el universo, y no tiene en cuenta al lector, no es un verdadero escritor. Con un par.

¿Tú crees que corremos el peligro de que desaparezca la literatura española? El pirateo está a la orden del día, como sabes, tanto en papel, como en digital; los libros que se publican, en su mayoría, o son bestsellers, escritos a propósito para vender, o son facilones. Afortunadamente, están proliferando pequeñas editoriales, aunque no sé si ayuda tanta dispersión. Confío en que no desaparezca la literatura española. En alguna entrevista Germán Sierra, un excelente escritor, afirmaba que desaparecería quizá el formato de papel pero que siempre habría un soporte en el que seguir leyendo. Ya en sí la desaparición del papel me parece, como lector, grave aunque desde el punto de vista ecológico quizá será natural que se reduzca o se pierda. El concepto literatura española lo entiendo como una mera pronunciación de carácter geográfico: ¿es lo mismo que una literatura española donde podríamos involucrar a los escritores del otro lado del Atlántico, por ejemplo? ¿Entraría en ese concepto quienes escriben en catalán, gallego, bable, vasco? Ciertamente el pirateo es un torpedo contra la literatura y no sólo contra ella: contra la música, el cine… Las pequeñas editoriales creo que son los heroicos resistentes en los que publicamos quienes no tenemos ni prestigio ni ventas excesivas. Su empeño, como digo, es heroico pero quizá por falta de superventas su viabilidad corre peligro; desde luego yo le estoy agradecido a esas editoriales que todavía apuestan por el producto literario y no por la mercancía de baratija. Hay un enorme peligro en la escasez de lectores; quizá algún día la gente deje de leer porque los medios audiovisuales proporcionarán registros similares. No sé, me resulta duro pensar en un mundo sin lectores, sin libros… Parece algo apocalíptico pero que ya adelantó, parcialmente, alguna película. Y ya entrando de lleno en el pesimismo, ¿qué sucedería si desaparece eso que llamamos literatura española? Quizá ya todo lo bueno, o casi todo, está escrito. ¿Cuántas obras realmente salen al año que merezcan algo diferente del olvido? ¿Una docena, dos, tres? Confiemos en que esa literatura resista a todos los enemigos que la rodean, incluido ese 21% salvaje de IVA que un calvo alucinado estableció. Y si sobrevive a eso, la literatura es eterna.

Dices: …»lo que trato es de vaciar mis obsesiones, sin más. De avanzar un poco más con respecto al libro anterior, de buscar límites, de indagar». Literatura de investigación, de conocimiento del ser humano: quizá de lo único que deberíamos escribir, dado que no sabemos nada de nada. Apuntas en la pregunta que eso es quizá de lo que deberíamos escribir. Yo creo que en mis novelas hay, de forma cada vez más patente, ese ensimismamiento o esa indagación en mis límites literarios pero obras como Nembrot son más abiertas, menos obsesivas; ciertamente, La soledad de las vocales o Examen final son mundos cerrados donde el protagonista no es que sea yo sino el yo del personaje en el que, invariablemente, hay algo del autor. Pero lo que sucede es que si uno investiga en sí mismo, al menos en mi caso, empieza a ver cosas que nos gustan menos (al menos en mi caso, repito). La lucidez no suele ser optimista. De cualquier forma, ese yo no debe caer en egotismo o en egolatría: hay que intentar que se oculte, que no sea tan brutal que acapare la obra. Por eso recurro con frecuencia al humor cuando veo que el asunto se desliza hacia territorios freudianos, por decirlo de algún modo. El humor nos salva a menudo de la trascendencia; y la solemnidad y la trascendencia son un enorme lastre literario.
Juan Ramón Jiménez dijo: «Ningún libro verdadero se ha escrito nunca «como libro». ¿Qué opinas de esto? Quizá lo que quiere decir Juan Ramón Jiménez es que la idea de un libro no debe partir de la premisa “voy a escribir un libro sobre un burro” (por hacer una alusión a un librillo que me desespera), que tal vez uno se ponga a escribir como desahogo, sin intereses más que los inherentes a hacer un buen libro para uno mismo que después, al final, se le hace llegar a un editor. No lo sé, podría ser una posibilidad; es decir, prescindir del afán de trascendencia (voy a hacer un libro que va a ser un bombazo) y escribir como si fuese un diario, para uno mismo, sin la tiranía que te impone saber que hay un lector que se hará cargo del libro. Pero a veces a Juan Ramón no lo entiende ni Platero.

¿A qué viene esa obsesión por los géneros literarios si nunca han existido? Los lectores, bastantes escritores consideran que los géneros literarios están separados y son diferentes. Sin embargo, no hay más que recordar el llamado estilo mosaico en el que cabía todo y al que tanto deben obras de nuestra literatura clásica o lo que escriben autores próximos como Beckett, Virginia Woolf, Juan Gil-Albert, Pessoa, Natsume Soseki y tantos otros. Estoy de acuerdo con que los géneros literarios no existen y que más bien parecen categorías de profesores para rotular las distintas parcelas: esto es poesía, esto es cuento, esto es teatro, esto es ensayo, esto es novela. Hace años Marsé aseguró que Ulises no era una novela. Si por novela entendemos, por ejemplo, una obra tan redonda como La Regenta y esa establece el canon, pues en efecto, Ulises no es una novela, ni La muerte de Virgilio, ni buena parte de Perec, de Cortázar, de Nabokov, de Francisco Delicado, de Diderot, de Lezama Lima, de Joyce, de Juan Goytisolo, de David Foster Wallace o de Aliocha Coll. Tampoco lo sería el Quijote, la máxima novela por excelencia que ya dinamita los géneros y los recursos narrativos. Descreo de los géneros y cada día me gusta más la novela que no parece una novela. Esa mezcla, esa hibridación de géneros, de cuento, poesía, ensayo, periodismo, ese galimatías, a la postre, si se sabe tratar con talento, enriquece la narración. Lo mismo se podría decir de poesías que podrían entrar perfectamente en el plano de la narratividad.

Examen final es una novela que no sólo afronta la condición humana, sino que es también una reflexión sobre la Literatura y la novela. Sin embargo, fíjate: a mí es lo que menos me interesa de la novela. Lo fundamental al encararla fue tratar de expresar en el personaje protagonista lo que a mí me sucedía en ese momento: un desorden proveniente de que las editoriales no contestaban a los envíos (insisto: antes rechazaban un original, hoy ni te responden ni acusan recibo), estaba en una fase de vacío, de agrafía y, ese protagonista, un escritor, dispara sus frustraciones contra el mundo editorial, sus colegas, los críticos pero, si se lee la novela con un cierto cuidado, siempre subyace el humor al hablar de ello. Es pesimista cuando se refiere a su matrimonio en descomposición, a su soledad, a su falta de inspiración, por decirlo de alguna forma, su alcoholismo: ahí sí entra hasta el fondo de su amargura, de su pesimismo. Para relatar los encontronazos con el llamado mundo editorial recurro a la ironía, al humor. Esa novela, como dije antes de la vida, es una novela del desconcierto.

¿Qué opinas del advenimiento de lo digital al mundo de la Literatura? ¿Crees que nos hallamos ante una revolución semejante a la invención de la imprenta? No soy un experto en el asunto pero sería poco realista si no fuese consciente de que lo digital está acaparando espacios que antes estaban reservados a la forma convencional, al papel. No creo que haya que verlo de forma catastrófica, al contrario; supongo que los que aún no nos hemos hecho a la idea, poco a poco nos iremos amoldando a las enormes posibilidades que establece lo digital. De momento el papel y lo digital conviven pero habrá un momento en el que lo digital terminará por imponerse. Sí, estamos ante una situación en la que se está produciendo gradualmente una revolución, un cambio de formato. Para los de mi edad, nos coge a muchos con el paso cambiado; pero autores diez años más jóvenes que yo ya se mueven en ese mundo. No creo que sea una catástrofe. Somos una especie que se adapta bastante bien a los cambios. El papel será arqueología. Lo único que deseo es que no se pierdan los autores clásicos (y en esa acepción hay miles de autores) aunque supongo que quedarán mayoritariamente relegados a las bibliotecas que serán como catedrales góticas.

«No escribes para ser otro. Escribes para desaparecer, para no dejar huella, para extraviarte en cada línea, para no reconocerte. Para no ser tú, para no ser. O para ser tú hasta la extenuación, hasta el hastío, hasta el fin». Esto dices en la página 83 de Examen final. Es que en Examen final me desnudé a fondo (la expresión roza la cursilería, ¿no?) Eso fue una biopsia en toda regla: y uno se eviscera y ve por dentro la casquería y no se reconoce. En Examen final, efectivamente, quise hacer ese estriptís de que habla Vargas Llosa en Historia secreta de una novela (cito de memoria, creo que la cita es de esa obrilla de Vargas Llosa): una especie de “señores, este soy yo, miren qué miseria, pero de eso estamos hecho todos, no hay nada más”. O sea, no deseaba ser otro sino mostrarme tal como soy pero uno es un mosaico, no es una pieza como una escultura que se extrae de un bloque sino más bien un collage con miles de piezas y diversos materiales. Desaparecer detrás de la obra quizá sea la obsesión de esa novela. El asesinato de un autor que se te parece peligrosamente y no te gusta.

Tus novelas destilan verdad. Una gran virtud literaria. Porque, en definitiva, graves asuntos nos requieren y no hemos venido aquí -si es que hemos venido para algo-, para entretener a nadie. Cada vez pongo más de mí mismo en las novelas (al menos en las últimas). Tal vez sea cosa de la edad, de decirte que ya es hora de que vayas conociendo a ese tipo que te mira desde el espejo cuando te afeitas. Pero, insisto, no hay nada peor que la solemnidad y la trascendencia. Desde luego estoy de acuerdo en que no hemos venido aquí (aunque ignore a qué demonios hemos venido) a entretener a nadie como si fuésemos dibujos animados; en todo caso, se trata de no hacer la vida más invivible a los demás. Mis últimos libros son indagaciones en el ser humano, en sus pasiones, en sus falsedades, en sus creencias, en sus dudas pero no se trata de infligirle al lector una tediosa teoría de nuestra inanidad aunque sí tal vez, en mi caso, de proporcionarle una serie de datos para que se adentre en su intimidad. Establecer una cierta complicidad, bien porque esté de acuerdo contigo bien porque discrepe pero que en ningún caso permanezca indiferente ante el libro: que lo atribule o lo consuele o lo moleste o le sorprenda o lo irrite o le agrade. Que te abrace o te insulte pero que no cierre el volumen sin haberse dado un buen chapuzón en él.

Uno y Cero Ediciones

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