José Luis Cancho

José Luis Cancho (Valladolid, 1952) ha publicado las novelas El viajero junto al mar (Dossoles, Burgos, 1999), Grietas (DVD ediciones, Barcelona, 2001), Indicios (DVD ediciones, Barcelona 2004) y Lento proceso (papeles mínimos, 2013). Reside en San Sebastián.

Lento Proceso (fragmento)*

Recordaba otra novela breve, Muerte en Venecia, de Thomas Mann. De este autor (al igual que le había ocurrido con Dostoiewski), frente a sus grandes novelas, La montañamágica, Los Buddenbrok, Doctor Faustus, sentía una predilección especial por esa pequeña obra. Pero no era la obra en sí lo que ahora recordaba, sino la versión cinematográfica dirigida por Visconti, y en concreto al actor BjörnAndrésen, que en la película encarnaba al joven Tazzio, personaje catalizador del conflicto que arrastraría a la muerte al personaje central de la novela, un escritor transmutado en músico en la película y al que pondría rostro el actor DirkBogarde.

La belleza andrógina de BjörnAndrésen le trajo a la memoria a un joven compañero, Nacho, con el que coincidió estudiando el último curso de bachillerato en el instituto de su ciudad natal. Nacho poseía la misma belleza andrógina que la del actor sueco. Atraído por su belleza procuró ganarse su amistad, lo que a pesar de los mundos tan diferentes en que habitaban (Nacho era el vástago adorado de una familia bien; en tanto que él procedía de la zona más marginal de la ciudad), le resultó extremadamente fácil. La atracción, no tardaría en descubrirlo, era mutua. De hecho, los dos, el uno sobre el otro, ejercieron el mismo fermento de descomposición, la misma función corruptora. Estar juntos les producía una mezcla de vértigo y de éxtasis. ¿El éxtasis de la degradación?

A lo largo de aquel curso, Nacho y él se hicieron inseparables, intercambiando sin cesar toda clase de lecturas y de comentarios sobre sí mismos y sobre sus respectivos mundos, unos mundos tan desquiciados como obtusos. No había nada que fuese totalmente claro y preciso. La realidad aparecía sumergida en una especie de luz grisácea. Nacho exhibía con naturalidad la autosatisfacción propia de un nacimiento privilegiado. En tanto que él se mostraba desafiante: todos sus esfuerzos se encaminaban a exhibir el lustre de su intelecto para contrarrestar las dificultades de todo tipo en las que se desarrollaba su vida. En cualquier caso, los dos eran hijos de una época plebeya y sin brillo, los dos habían nacido en la misma ciudad levítica, a merced de los curas, y poblada por gentes mayoritariamente satisfechas de su mediocridad. La amistad entre ellos tenía algo de irreal y en aquella irrealidad había también algo singularmente poético. Y lo poético estaba en sus respectivos modos de hacer frente a una realidad que no encajaba ni con la educación que habían recibido en el seno de sus familias ni con sus expectativas vitales. Los dos percibían su aislamiento del resto de estudiantes, pero esa segregación les infundía un sentimiento de singularidad. Todo era singular en su desclasada alianza: su desprecio por ciertas convenciones sociales, su rechazo de toda manifestación religiosa, su amor por los libros, su descarada sensualidad.

*Este texto pertenece a la novela Lento proceso, publicada en papeles mínimos (Madrid, 2013).

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