José Mª Micó

(Fotografía de BY Fotógrafos)

 

José María Micó nació en Barcelona en 1961. Es Catedrático de Literatura en la Universitat Pompeu Fabra, donde promovió y dirige el Máster en Creación Literaria. Entre las actividades que ha compaginado con la escritura destaca su obra filológica (1981-2011), que comprende ediciones de autores españoles (Alemán, Cervantes, Góngora y Quevedo), antologías de poesía clásica (como Paraíso cerrado, con Jaime Siles) y varios libros de estudios y ensayos: el más reciente es Clásicos vividos. También ha traducido a grandes poetas europeos como Jordi de Sant Jordi, Ausías March y Ludovico Ariosto: una selección de sus traducciones se recoge en Obra ajena. Sus libros de poesía son La espera (Hiperión, 1992), Camino de ronda (Tusquets, 1998), Verdades y milongas (DVD, 2002), La sangre de los fósiles (Tusquets, 2005) y Caleidoscopio (Visor, 2013). A lo largo de su trayectoria ha obtenido premios de literatura (Hiperión y Generación del 27), de traducción (Premio Nacional de Traducción en España y en Italia) y de investigación (Premio ICREA Academia). Ahora traduce a Dante y compone la música de sus futuras Letras para cantar.

Si quiere consultar su web personal, pulse aquí
Incluimos a continuación una muestra de su excelente traducción de la Divina Comedia de Dante Alighieri: el Canto XV del Infierno:

DANTE ALIGHIERI
INFIERNO • CANTO XV
Traducción de José María Micó

Avanzamos por uno de los bordes;
el humo del arroyo aplaca el fuego,
3  preservando los márgenes y el agua.
Como entre Brujas y Wissant, temiendo
las mareas de invierno, los flamencos
6  para frenar el mar construyen diques,
o como los paduanos, que, avanzándose
a la llegada del calor, protegen
9    sus villas y castillos junto al Brenta,
en la Carinzia, así, fuese quien fuese,
procedió el constructor de estas barreras,
12   si bien no eran tan altas ni tan anchas.
Nos alejamos tanto de la selva,
que, aunque volví a mirar atrás, quedaba
15   ya fuera del alcance de mi vista.
Nos encontramos una hilera de almas
que iban avanzando por el margen,
18    y nos miraban como mirar suelen
dos hombres que se cruzan en la noche,
escudriñándonos como escudriña
21   el viejo sastre el ojo de la aguja.
En esa inquisidora comitiva,
uno me conoció, me asió del borde
24   del manto y me gritó: «¡Vaya sorpresa!».
En el momento en que tendió su brazo,
examiné su aspecto requemado,
27    y así, a pesar del abrasado rostro,
y sin dudar, logré reconocerlo.
Acercando mi mano hacia su cara,
30   pregunté: «¿Aquí estáis vos, micer Brunetto?».
Me respondió: «Hijo mío, no te importe
si Brunetto Latini retrocede
33   y deja el grupo para hablar contigo».
«¿Cómo me va a importar?», le dije, «hacedlo,
y si el que me acompaña está de acuerdo,
36   me sentaré con vos». «Ay, hijo mío»,
me dijo, «el que se para en el rebaño
un instante, no puede por cien años
39   cubrir del fuego el rostro con las manos.
Sigue adelante; me pondré a tu lado
y después volveré con mi mesnada,
42   que va llorando sus eternas penas».
No me atreví a bajar para seguirle
yendo a la par con él, pero incliné
45    la cabeza en señal de reverencia.
Me preguntó: «¿Qué azar o qué destino
te trae por aquí abajo antes del día
48   de tu muerte y quién es el que te guía?».
«En la vida serena de allá arriba»,
le contesté, «me extravié en un valle
51   antes del fin del tiempo de mi vida.
Ayer mismo intenté volver, y este
apareció en mi ayuda y me acompaña,
54   cruzando este lugar, de vuelta a casa».
Él me predijo: «Si tu estrella sigues
y no me equivoqué contigo en vida,
57    arribarás al puerto de la gloria.
Si no me hubiese muerto antes de tiempo,
al ver que el cielo te es tan favorable,
60    en tu labor te habría estimulado.
Pero aquel pueblo ingrato y malicioso,
el que desciende de la antigua Fiésole
63    y aún sigue siendo rústico y porfiado,
por tu honradez se volverá en tu contra,
pues no conviene que entre amargas serbas
66   logre fructificar el dulce higo.
Ciegos los llama un viejo dicho, y son
avaros, envidiosos y soberbios:
69    procura estar a salvo de sus vicios.
Tanto honor te depara tu fortuna,
que te pretenderán las dos facciones,
72    pero lejos tendrá la cabra el pasto;
y que las bestias fiesolanas, hechas
forraje de sí mismas, se devoren
75    sin tocar la raíz, si alguna crece
en su estiércol, y aflore la romana
sacra semilla de los que restaron
78    cuando se volvió un nido de maldad».
«Si se cumpliese lo que yo deseo»,
le dije, «vos no habríais sido aún
81    expatriado de la vida humana,
pues fija está en mi mente y me adolora
vuestra imagen paterna, cara y buena,
84    de cuando tantas veces me enseñabais
la eternidad que el hombre alcanzar puede,
y es de justicia que, mientras yo viva,
87    mi lengua exprese mi agradecimiento.
Lo que narráis del curso de mi vida
lo escribo y lo comento para uso
90    de una mujer que bien sabrá glosarlo.
Quiero tan solo que tengáis muy claro
que, si no me lo afea mi conciencia,
93    a afrontar la Fortuna estoy dispuesto.
No es nuevo a mis oídos tal anuncio:
gire como le plazca la Fortuna
96    su rueda y use el labrador su azada».
En ese mismo instante mi maestro
se volvió hacia la izquierda, me miró
99    y dijo: «Bien escucha el que comprende».
Mas yo, con todo, sigo conversando
con Brunetto y pregunto quiénes eran
102     sus compañeros más significados.
«Alguno hay», me dijo, «interesante;
de los otros mejor no decir nada,
105     porque no hay tiempo para tal discurso.
Debes saber, en suma, que estos fueron
clérigos y eruditos de gran fama,
108     todos afectos de un pecado inmundo.
Ahí va Prisciano con su infame turba,
y Francesco d’Accorso, y ver podrías,
111      si es que acaso quisieras ver tal tiña,
a aquel a quien el siervo de los siervos
mandó del Arno al Bachiglione, donde
114      abandonó su mal erguido miembro.
Diría mucho más, pero el discurso
no puede prolongarse, porque veo
117      venir del arenal más polvareda
y yo no debo estar con los que llegan.
Un único favor te pido. Cuida
120     de mi Tesoro: en él sigo viviendo».
Se volvió, y parecía uno de aquellos
que en la carrera del pañuelo verde
compiten por los campos de Verona.
124      Parecía el que gana, no el que pierde.

Incluimos a continuación el texto original de Dante Alighieri:

 

COMMEDIA
INFERNO • CANTO XV

Ora cen porta l’un de’ duri margini;
e ’l fummo del ruscel di sopra aduggia,
sì che dal foco salva l’acqua e li argini.
Quali Fiamminghi tra Guizzante e Bruggia,
temendo ’l fiotto che ’nver’ lor s’avventa,
fanno lo schermo perché ’l mar si fuggia;
e quali Padoan lungo la Brenta,
per difender lor ville e lor castelli,
anzi che Carentana il caldo senta:
a tale imagine eran fatti quelli,
tutto che né sì alti né sì grossi,
qual che si fosse, lo maestro félli.
Già eravam da la selva rimossi
tanto, ch’i’ non avrei visto dov’ era,
perch’ io in dietro rivolto mi fossi,
quando incontrammo d’anime una schiera
che venian lungo l’argine, e ciascuna
ci riguardava come suol da sera
guardare uno altro sotto nuova luna;
e sì ver’ noi aguzzavan le ciglia
come ’l vecchio sartor fa ne la cruna.
Così adocchiato da cotal famiglia,
fui conosciuto da un, che mi prese
per lo lembo e gridò: «Qual maraviglia!».
E io, quando ’l suo braccio a me distese,
ficcaï li occhi per lo cotto aspetto,
sì che ’l viso abbrusciato non difese
la conoscenza süa al mio ’ntelletto;
e chinando la mano a la sua faccia,
rispuosi: «Siete voi qui, ser Brunetto?».
E quelli: «O figliuol mio, non ti dispiaccia
se Brunetto Latino un poco teco
ritorna ’n dietro e lascia andar la traccia».
I’ dissi lui: «Quanto posso, ven preco;
e se volete che con voi m’asseggia,
faròl, se piace a costui che vo seco».
«O figliuol», disse, «qual di questa greggia
s’arresta punto, giace poi cent’ anni
sanz’ arrostarsi quando ’l foco il feggia.
Però va oltre: i’ ti verrò a’ panni;
e poi rigiugnerò la mia masnada,
che va piangendo i suoi etterni danni».
Io non osava scender de la strada
per andar par di lui; ma ’l capo chino
tenea com’ uom che reverente vada.
El cominciò: «Qual fortuna o destino
anzi l’ultimo dì qua giù ti mena?
e chi è questi che mostra ’l cammino?».
«Là sù di sopra, in la vita serena»,
rispuos’ io lui, «mi smarri’ in una valle,
avanti che l’età mia fosse piena.
Pur ier mattina le volsi le spalle:
questi m’apparve, tornand’ ïo in quella,
e reducemi a ca per questo calle».
Ed elli a me: «Se tu segui tua stella,
non puoi fallire a glorïoso porto,
se ben m’accorsi ne la vita bella;
e s’io non fossi sì per tempo morto,
veggendo il cielo a te così benigno,
dato t’avrei a l’opera conforto.
Ma quello ingrato popolo maligno
che discese di Fiesole ab antico,
e tiene ancor del monte e del macigno,
ti si farà, per tuo ben far, nimico;
ed è ragion, ché tra li lazzi sorbi
si disconvien fruttare al dolce fico.
Vecchia fama nel mondo li chiama orbi;
gent’ è avara, invidiosa e superba:
dai lor costumi fa che tu ti forbi.
La tua fortuna tanto onor ti serba,
che l’una parte e l’altra avranno fame
di te; ma lungi fia dal becco l’erba.
Faccian le bestie fiesolane strame
di lor medesme, e non tocchin la pianta,
s’alcuna surge ancora in lor letame,
in cui riviva la sementa santa
di que’ Roman che vi rimaser quando
fu fatto il nido di malizia tanta».
«Se fosse tutto pieno il mio dimando»,
rispuos’ io lui, «voi non sareste ancora
de l’umana natura posto in bando;
ché ’n la mente m’è fitta, e or m’accora,
la cara e buona imagine paterna
di voi quando nel mondo ad ora ad ora
m’insegnavate come l’uom s’etterna:
e quant’ io l’abbia in grado, mentr’ io vivo
convien che ne la mia lingua si scerna.
Ciò che narrate di mio corso scrivo,
e serbolo a chiosar con altro testo
a donna che saprà, s’a lei arrivo.
Tanto vogl’ io che vi sia manifesto,
pur che mia coscïenza non mi garra,
ch’a la Fortuna, come vuol, son presto.
Non è nuova a li orecchi miei tal arra:
però giri Fortuna la sua rota
come le piace, e ’l villan la sua marra».
Lo mio maestro allora in su la gota
destra si volse in dietro e riguardommi;
poi disse: «Bene ascolta chi la nota».
Né per tanto di men parlando vommi
con ser Brunetto, e dimando chi sono
li suoi compagni più noti e più sommi.
Ed elli a me: «Saper d’alcuno è buono;
de li altri fia laudabile tacerci,
ché ’l tempo saria corto a tanto suono.
In somma sappi che tutti fur cherci
e litterati grandi e di gran fama,
d’un peccato medesmo al mondo lerci.
Priscian sen va con quella turba grama,
e Francesco d’Accorso anche; e vedervi,
s’avessi avuto di tal tigna brama,
colui potei che dal servo de’ servi
fu trasmutato d’Arno in Bacchiglione,
dove lasciò li mal protesi nervi.
Di più direi; ma ’l venire e ’l sermone
più lungo esser non può, però ch’i’ veggio
là surger nuovo fummo del sabbione.
Gente vien con la quale esser non deggio.
Sieti raccomandato il mio Tesoro,
nel qual io vivo ancora, e più non cheggio».
Poi si rivolse, e parve di coloro
che corrono a Verona il drappo verde
per la campagna; e parve di costoro
quelli che vince, non colui che perde.

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