Agustín Pérez Leal

Agustín Pérez Leal (Teruel, 1965) es licenciado en Filología por la Universidad de Zaragoza. Reside en Alicante, donde da clases en un Instituto de Secundaria. Ha publicado en Pre-Textos: Cuarto Cuaderno o Libro de Siberia (2001) y La Noche en Arras (2006). Colabora a menudo con reseñas sobre poesía en la revista Turia, de Teruel. Poemas suyos figuran en las antologías Orfeo XXI (Gijón, Libros del Pexe, 2005), Jóvenes poetas españoles (México D.F, La Jornada, 2007), La geometría y el ensueño (Sevilla, Fundación José Manuel Lara, 2013) y Vida callada (Valencia, Pre-Textos, 2013).

El tercer viejo

Y la sangre inocente fue preservada
Libro de Daniel, XIII, 62

I

Todos quieren mirar
tras los hilos del viento;
bajo la palma rota,
yo busco aire.

Cada risa que amé, cada palabra,
cada mirada tenue
fueron en tu cintura engalanadas:
breves de sol para la fiesta, el sueño.

Y abres compuertas a tu pelo lacio;
y el vigor de tus gestos desatentos
vierte luz en el agua, hiere hondo.
No te veré ya más. Me siento viejo.

Ya el sol prende el poniente, nueva Eurídice
que no puedo girarme a contemplar.
El viejo emperador sólo es ya un paje
que, avergonzado, llora en su rincón.

Otro ha sido mi imán: el óleo que desciende,
la lava del jabón cubriendo el laberinto,
copos de nata bruna, sonrisa loca, llaga,
codicia, flamear, destino, adioses.

A tantos el amor de las mujeres
otorgó gran placer y dañó poco.
Conmigo fue distinto:
por cada bocanada de aire puro
que tuve en libertad, he sido esclavo
años sin fin de mal pagado afán.

Fresco azahar, tibio jazmín dormido,
paloma, mi gacela, ten piedad.
Cúbrete, dulce amiga: déjame
libre y en posesión en la menguada
dicha del negro vino y la lectura.
Ama tú, sé feliz y no me hieras más.

Te he querido cantar
y podría contarte.
Nunca sabré decir tu transparencia.
Ni beberte me sacia con los ojos.

Adiós al fin. Yo no alzaré la voz,
tú no me mires.
Si dijera mentiras de mi boca
dejaría de ser digno a tu nombre;

si me mirases, ojos sajadores,
verás mi vida escrita, verás mi torcedura,
mi despojo sin dueño.
Bien sé lo que verás, y no me gusta.
Yo no alzaré la voz.
Tú no me mires.

Adiós, mi bien, mi vuelo, mi tortura.
Adiós, mis malos días, mi fervor.
Márchate pronto, sol: no me avergüences;
no regreses jamás por mis cenizas.

II

Lo que habitó en el tiempo
vibra aún en el tiempo;
fecunda el tiempo.

Llagados, encendidos, suplicaron
llegarse a ella bajo los lentiscos;
bajo el prino volvían la mirada
para no ver el cielo
y ver el cielo.

Y pues se desligaron del amor
salvaron otra cosa que es amor.

Ansiaban una luz salvaje y nómada
que jamás se atrevieron a entender.
Una luz que fulgura para todos
y corroe a los más
y a pocos sacia.

Hoy amé yo. La sangre sabia
toma la forma de mi palma abierta
y la palma se cierra y hace voz:

lumbre para el recuerdo,
huella de la renuncia,
eco lanzado al mar que no regresa.

Un Sinaí de helados huracanes,
ventiscas sin oxígeno,
ríos contrarios
mutuos se hostigan y devoran. Un seísmo
denso de hiel y lava
atenaza el Horeb, negro y candente.

En el alto sereno firmamento
mil cráteres escupen
lava sin fin, y mueren las galaxias.

La estrella de la tarde y la mañana,
envuelta en dulce bruma,
mullida, silenciosa,
apenas late ya.

Y qué será de mí, de ti, de todo
en el turbio decurso de los años
sin ese afán de luz, sin este pan de todos,
sin esta inacabada colación.

24 de junio de 2010 – 24 de junio de 2013

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