(Fotografía de Paula Bonet)
Luci Romero (Cabra, Córdoba), ha publicado los libros Autovía del Este, El Diluvio y Western. También aparece en la Antología Sais. Diecinueve poetas desde La Bella Varsovia. Fue coeditora de la plaquete Flechas de Atalanta. En 2010 obtuvo el premio La Voz+joven de La Casa Encendida.
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Incluimos a continuación tres poemas, el primero, «La mujer que hablaba con dos voces», es inédito y los dos siguentes pertenecen a su último libro, Western:
LA MUJER QUE HABLABA CON DOS VOCES
[Desdoblar una mujer, hacerla
polvo y raíz desprotegida. Sumar días,
con la frecuencia con la que lavas tu cuerpo.]
Pronombres vacíos.
La mujer desdoblada se rinde [me rindo]
y no soporta [y no soporto] los desenlaces
que llevan al cuerpo como reducto de vigencias.
Se rinde [me rindo] y no te llama
[y no te llamo] ahora, ni será [seré] piedra.
Un sintagma obsoleto.
[No me hables de la voz que ruge, ni
de los imperios desaparecidos. No,
abórdame con cánticos que sepan
a la carne de la que me desprendo.]
El verbo no te roza.
La mujer que habla con dos voces.
Asombrada una, silábica otra.
EL MITO
«Cuando hay que optar entre la verdad histórica o el mito, yo me quedo con el mito»
John Ford
¿Quién te ha dicho que necesite
la urgencia del que busca imágenes
en diversas retinas? No,
tú no mencionaste la palabra
que aborta todo camino recto.
Yo conformaré un vestigio que salde
la cuenta que tengo con tus alabanzas.
Construiré un río de sonidos que
no necesite respirar. Me volveré
política, compasiva, experta
en engranajes que florezcan
con la verdad que ahuyenta el dolor.
Yo ampliaré el campo de batalla,
lo haré perfecto. Lo dotaré de miedos.
Ahora, aquí, durante la celebración
de esta larga marcha que serena
tus jaquecas, soy la parte del mito
que no reconoces, esa
que guardas en el puño cerrado
que tus creencias alimentan.
Lo sabes, no estaba escrito:
permanecer en este territorio para siempre.
Así, hablará el mito.
LOS EMPERADORES DE INVIERNO
“Debes aprender a vivir como si no existieras.”
Hasta que llegó su hora, de Sergio Leone
Los emperadores de invierno
se asientan en la planicie, profanan
el estado de sitio.
Amasan fortunas
cultivando la bestia que reposa en la jungla,
la tierra muerta ahora la queman otros.
Lámparas de aceite anudan
los gritos sueltos que protegen la impudicia
de lo desconocido -ese poema de la exploración.
Recomponer el mal, para ahuyentarlo.
Los emperadores de invierno
se envuelven en vaho. La llanura, piedra fría
que no deja que le toquen el lomo.
Sin ritual, su complexión es lo de menos,
la bestia
que protege la casa, la que restaura el orden,
la que besa los pies de los emperadores
de invierno,
no tocará trompetas en abandono, ni en el despliegue
será cuna y viento,
esqueleto y guarida,
voz y muerte.
Y los emperadores de invierno,
serán frontera móvil, el mito en viaje
y multitud
sedienta, que vendrá a vaciar las fuentes,
a llenar las cunetas y limpiar el despojo.
Los emperadores de invierno
no conocen los límites reales de la frontera.